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dijous, 29 de setembre del 2011

La gallina tuerta

LA GALLINA TUERTA

Martes. He soñado que cuando iba a ducharme la bañera estaba llena de peces muertos, peces muy grandes, quizá atunes, con un cerco plateado alrededor de los ojos. Había en el cuarto de baño un policía al que solicitaba que hiciera algo. Entonces él sacaba la pistola y disparaba contra los peces muertos.

—No me refería a eso –le decía yo.

Entonces el policía sacaba la porra y la emprendía a golpes contra los animales. Yo, comprendiendo internamente que el asunto no tenía solución, decidía dejar las cosas como estaban y salía del cuarto de baño en dirección a la cocina, donde me lavaba por partes, como cuando éramos pequeños y pobres. Luego, en vez de desodorante, me ponía fuagrás en las axilas. El sueño era muy pastoso, sueño de ese modo desde que empecé a tomar la melatonina. Al despertar, estuve un rato sentado sobre el borde de la cama meditando acerca de mi vida y de la vida de los demás. Sentí piedad por todos nosotros. Afortunadamente, no había ningún policía en el cuarto de baño.

Tras el desayuno, me acordé del estanque. Tengo, al fondo del jardín, uno muy pequeño del que a temporadas me olvido. Viven en él unos 18 o 20 peces y una tortuga que durante los meses de invierno desaparece en el fango del fondo. Al acercarme a ver cómo iba todo, comprobé que el nivel del agua estaba muy bajo, quizá tuviera alguna pérdida. El caso es que los peces habían comenzado a boquear. Rápidamente, apliqué la manguera, que dejé abierta hasta rellenar lo que faltaba. Los peces recuperaron enseguida su actividad habitual. Les eché también un poco de comida y enseguida comenzaron a picotear. La tortuga, en cambio, no apareció. Mientras observaba a los peces, recordé de nuevo el sueño preguntándome si no habrían sido ellos los que, de un modo misterioso, lo habían provocado para que no me olvidara del estanque. No es la primera vez que me ocurre algo así. Con el paso de los años, entre el estanque y yo ha ido estableciéndose una suerte de sometimiento mutuo. Los peces dependen de mí, desde luego, pero también yo de ellos. Tengo la superstición de que si murieran por un descuido mío, yo sufriría un castigo. El estanque tiene forma de hígado.

Miércoles. Ceno en casa de un amigo que ha viajado mucho a lo largo de su vida. Quiero pedirle consejo acerca de un viaje largo que estoy a punto de emprender.

—Ya no viajo –me dice con el mismo tono con el que un alcohólico confesaría que ha dejado de beber.

—Pero me podrás aconsejar –insisto yo.

—Creo que no, porque no solo no viajo sino que he comenzado a desviajar.

Como me asusta un poco el tono dramático con el que habla, cambio de conversación y me retiro pronto. Días más tarde, por un amigo común, me entero de que le han diagnosticado alzhéimer y entiendo lo del desviaje. ¿Habrá desviajes iniciáticos? ¿Se podrá desviajar de incógnito, de punta a punta, de un tirón…?

Jueves. Salgo al jardín, para comprobar que todo está en orden en el estanque, y tropiezo con una gallina. No tengo ni idea de cómo puede haber llegado hasta allí, pues las vallas que separan mi jardín de los de mis vecinos son altas, insuperables en todo caso para el vuelo corto de una gallina. La melatonina, me digo, a ver si estoy soñando. Pero no, estamos despiertos la gallina y yo. Quizá alguien la ha abandonado, como el que abandona un bebé, para que me haga cargo de ella. Mientras el animal y yo nos observamos con desconfianza, advierto que le falta un ojo, o sea, más espeso todo, como si la melatonina hubiera comenzado a afectar también a la vigilia. ¿Cómo se deshace uno de una gallina? Podría matarla, mueren miles de gallinas al día sin que la realidad se altere lo más mínimo. Durante mi infancia, resultaba normal retorcerles el cuello, lo hicieron decenas de veces en mi presencia, pero son especulaciones bobas, sé que no tengo valor, de modo que la dejo picoteando el césped, donde ha encontrado una lombriz larguísima.

Viernes. La gallina ha puesto un huevo, como para pagarme el hospedaje, de modo que lo frío y me lo como con arroz blanco. Estaba fresquísimo, claro. ¡Qué raro es todo!

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