EL SILENCIO
Abres un periódico cualquiera para decidir a qué cine vas y resulta que ponen a parir una película a toda página mientras que califican de obra maestra otra a la que apenas dedican un suelto. Lo mismo pasa cuando intentas resolver qué libro lees o con qué realidad te conmueves. ¿Cómo no preguntarse si estas tensiones se dan también en uno, es decir, si dedicamos más tiempo y energías a los asuntos que no nos interesan que a los que nos atañen? Del mismo modo que el periódico está compuesto de un número equis de páginas, nuestra vida tiene un número limitado de años. Si cada año fuera una página y analizáramos cuántos de los vividos hemos dedicado a la publicidad, cuántos a la política nacional o internacional, cuántos a los anuncios por palabras, cuántos a la cultura, a la economía, la opinión, los deportes, los pasatiempos, los sucesos, etcétera, el saldo sería probablemente desatinado también. El gusto por la desproporción forma parte de nuestra naturaleza, constituye una necesidad contra la que nada podemos hacer. Si repasas los suplementos literarios de los últimos 30 años, comprobarás que cada año se aplicó el calificativo de "obra maestra" a siete u ocho novelas de las publicadas, lo que arrojaría un saldo de más de 200 libros de lectura obligatoria. Quiere decirse que en tres décadas, y en un solo país, habríamos producido dos centenares de eneidas, de iliadas, de divinas comedias, de paraísos perdidos, de madames bovarys, de crímenes y castigos, de comedias humanas, de anas kareninas, de regentas... Quizá cuando uno llega al final del periódico (o al final de la vida) e incurre una vez más en los ecos de sociedad (habiéndose saltado a lo mejor las páginas de Cultura), quizá, decíamos, se pregunte si es preferible una necrológica corta y elogiosa o larga y reprobatoria. ¿Pero qué tal un poco de silencio?
Abres un periódico cualquiera para decidir a qué cine vas y resulta que ponen a parir una película a toda página mientras que califican de obra maestra otra a la que apenas dedican un suelto. Lo mismo pasa cuando intentas resolver qué libro lees o con qué realidad te conmueves. ¿Cómo no preguntarse si estas tensiones se dan también en uno, es decir, si dedicamos más tiempo y energías a los asuntos que no nos interesan que a los que nos atañen? Del mismo modo que el periódico está compuesto de un número equis de páginas, nuestra vida tiene un número limitado de años. Si cada año fuera una página y analizáramos cuántos de los vividos hemos dedicado a la publicidad, cuántos a la política nacional o internacional, cuántos a los anuncios por palabras, cuántos a la cultura, a la economía, la opinión, los deportes, los pasatiempos, los sucesos, etcétera, el saldo sería probablemente desatinado también. El gusto por la desproporción forma parte de nuestra naturaleza, constituye una necesidad contra la que nada podemos hacer. Si repasas los suplementos literarios de los últimos 30 años, comprobarás que cada año se aplicó el calificativo de "obra maestra" a siete u ocho novelas de las publicadas, lo que arrojaría un saldo de más de 200 libros de lectura obligatoria. Quiere decirse que en tres décadas, y en un solo país, habríamos producido dos centenares de eneidas, de iliadas, de divinas comedias, de paraísos perdidos, de madames bovarys, de crímenes y castigos, de comedias humanas, de anas kareninas, de regentas... Quizá cuando uno llega al final del periódico (o al final de la vida) e incurre una vez más en los ecos de sociedad (habiéndose saltado a lo mejor las páginas de Cultura), quizá, decíamos, se pregunte si es preferible una necrológica corta y elogiosa o larga y reprobatoria. ¿Pero qué tal un poco de silencio?
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