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dissabte, 20 de març del 2010

Cambiar de acera

CAMBIAR DE ACERA

La mafia no limita con el abismo, sino con el estado de derecho. Los bordes de aquélla y de éste se solapan como los labios y las lenguas de los amantes al besarse. De este modo, la saliva de los gángsteres llega al cuerpo de la ley y la de la ley al de los gángsteres. Quien vive en esas regiones fronterizas prueba los jugos de ambos lados. Si finalmente se diera carpetazo a la investigación sobre el caso Gürtel por un supuesto defecto de forma, el estado de derecho se tragaría de golpe un salivazo gigantesco proveniente de las mafias. Es lo que tiene besarse con el lado oscuro: que te llenas de sombras. Cuando dos mundos tan diferentes se encuentran tan cerca, sólo hay dos opciones: o inyectar ley en el desorden o inyectar desorden en la ley. A día de hoy, todo parece indicar que el beso de la mafia es más violento que el del orden.

Lo normal, piensa uno en su ingenuidad, debería ser que los jueces pusieran nerviosos a los delincuentes, no que los delincuentes pusieran nerviosos a los jueces. Pero el concepto de normalidad se encuentra en revisión. De hecho, más que anormalidades, lo que hay en la actualidad son normalidades diferentes. Los paraísos fiscales, por poner un ejemplo, no están vistos como monstruosidades a combatir, sino como formas de vida regulares. Mutaciones de la naturaleza. No hay nada, por repugnante que parezca, que no encuentre un nicho de respetabilidad. El TSJ de Madrid, el Supremo y el CGPJ, tres instituciones cuyos bordes deberían estar más limpios que los de un cuchillo de sushi, aparecen todos los días en la prensa asociadas a manejos inquietantes.

La confusión de los límites entre ficción y realidad, que tan buenos resultados da en la literatura y en el cine, provoca en la vida cotidiana verdadera una desazón infinita. A una novela policíaca le viene bien, sin duda, que un ladrón ponga en apuros a un magistrado. A la prensa, en cambio, le sienta fatal. Se cruza uno con un juez de las instituciones citadas más arriba después de escuchar el telediario o leer los periódicos, y cambia de acera.

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