TERRORISMO PSICOLÓGICO
En el aeropuerto de Madrid combinan la emisión de mensajes de miedo (no pierda usted de vista su equipaje, no acepte paquetes de extraños) con el lanzamiento de recomendaciones absurdas (les recordamos la conveniencia de estar en la puerta de embarque a la hora señalada). Esta mezcla de pánico y perplejidad desarma completamente al viajero, convirtiéndolo en un sujeto obediente hasta la sumisión.
-Quítese la chaqueta.
-Sí, señor.
-Y el cinturón, y los zapatos y el reloj.
-A sus órdenes, mi amo.
A pesar de que uno se ha desprendido de todo, el escáner pita al atravesar el arco de seguridad. A ver si voy a llevar una pistola escondida, se dice el pasajero con expresión de susto. Afortunadamente, no era una pistola, era la dignidad.
-Quítese también la dignidad.
-Perdón, creí que me la había dejado en casa.
En efecto, te quitas la dignidad y la maquinita deja de quejarse. Lo que más miedo da a los responsables de la seguridad aeroportuaria es la dignidad. Un individuo provisto de esta virtud puede organizar un motín a bordo. Se nota que los viajeros llegan al avión sin dignidad en que no protestan aunque los tengan una hora en la pista, a pleno sol, después del embarque.
Lo que pasa es que ya no analizamos nada ni pensamos nada ni nos conmovemos por nada. Que a uno le recuerden cada medio minuto que no pierda de vista su equipaje ni acepte caramelitos de extraños, está mal, pero tiene un pasar. Servidumbres de la seguridad y todo eso. Pero que le hablen a todo pulmón de la conveniencia de presentarse en la puerta de embarque a la hora señalada es directamente de locos, sobre todo porque quien no suele presentarse es el personal de la compañía. Oiga, que quienes se retrasan son los aviones, no los pasajeros. El miedo y el absurdo son una mezcla explosiva. No sabemos si nuestro avión será secuestrado. El terrorismo psicológico, en cambio, lo tenemos garantizado. Gracias.
En el aeropuerto de Madrid combinan la emisión de mensajes de miedo (no pierda usted de vista su equipaje, no acepte paquetes de extraños) con el lanzamiento de recomendaciones absurdas (les recordamos la conveniencia de estar en la puerta de embarque a la hora señalada). Esta mezcla de pánico y perplejidad desarma completamente al viajero, convirtiéndolo en un sujeto obediente hasta la sumisión.
-Quítese la chaqueta.
-Sí, señor.
-Y el cinturón, y los zapatos y el reloj.
-A sus órdenes, mi amo.
A pesar de que uno se ha desprendido de todo, el escáner pita al atravesar el arco de seguridad. A ver si voy a llevar una pistola escondida, se dice el pasajero con expresión de susto. Afortunadamente, no era una pistola, era la dignidad.
-Quítese también la dignidad.
-Perdón, creí que me la había dejado en casa.
En efecto, te quitas la dignidad y la maquinita deja de quejarse. Lo que más miedo da a los responsables de la seguridad aeroportuaria es la dignidad. Un individuo provisto de esta virtud puede organizar un motín a bordo. Se nota que los viajeros llegan al avión sin dignidad en que no protestan aunque los tengan una hora en la pista, a pleno sol, después del embarque.
Lo que pasa es que ya no analizamos nada ni pensamos nada ni nos conmovemos por nada. Que a uno le recuerden cada medio minuto que no pierda de vista su equipaje ni acepte caramelitos de extraños, está mal, pero tiene un pasar. Servidumbres de la seguridad y todo eso. Pero que le hablen a todo pulmón de la conveniencia de presentarse en la puerta de embarque a la hora señalada es directamente de locos, sobre todo porque quien no suele presentarse es el personal de la compañía. Oiga, que quienes se retrasan son los aviones, no los pasajeros. El miedo y el absurdo son una mezcla explosiva. No sabemos si nuestro avión será secuestrado. El terrorismo psicológico, en cambio, lo tenemos garantizado. Gracias.
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