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diumenge, 21 de febrer del 2010

Hacer manitas

HACER MANITAS

En la mesa de al lado dos estudiantes (chico y chica) mantenían una discusión gramatical. Él se quejaba de que la palabra objeto no tuviera femenino y ella de que el término cosa careciera de masculino.

-Para mí —decía el chico—, una cajetilla de tabaco no es un objeto, sino una objeta.

-Pues para mí —aseguraba la chica— el pene no es una cosa, sino un coso.

-Si te empeñas en llamar coso al pene —replicaba el joven—, comenzaré a llamar objeta a la vagina.

-Pues te equivocarás: la vagina no es una objeta, ni siquiera una cosa, a ver si distingues.

La llegada del camarero con sus refrescos y mi gin tonic de media tarde los hizo callar. Cuando se quedaron solos de nuevo ninguno fue capaz de retomar la conversación. Yo di un primer sorbo a mi copa fingiendo permanecer ensimismado en mis asuntos (quizá en mis asuntas), pero atento a la posibilidad de que reanudaran aquella interesante conversación lingüística. Tras un rato de silencio ominoso (qué rayos significará ominoso), la chica dijo:

-¿En qué piensas?

-En nada, respondió el chico.

-Estoy segura —replicó ella— que la primera persona que habló fue para mentir, como tú ahora.

-¿Y qué mentira dijo?

-«Yo no he sido». Vamos, es que no me cabe la menor duda de que el lenguaje se inauguró con esa frase o una parecida: «Yo no he sido».

-A lo mejor —añadió el chico—, la primera persona que pronunció una frase entera fue para decir «te quiero».

-¿Me estás diciendo que me quieres?

-He dicho que a lo mejor fue la primera frase de la humanidad.

-¿Pero me quieres o no me quieres?

El chico miró a su alrededor, por si hubiera alguien escuchando, y dijo en voz baja que sí, que la quería, pero que no volviera a llamar coso a su pene. Ni tú objeta a mi vagina, concluyó la chica. Y se pusieron a hacer manitas.

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