LITERATURA Y ENFERMEDAD
A primera vista, extraña que un 30% de los españoles se automedique y que un 50% consulte acerca de sus enfermedades en internet. Pero si lo piensan, es lógico. El doctor de la Seguridad Social dispone de poco más de un minuto para atenderte. Nadie en su sano juicio admitiría que en noventa segundos se puede establecer un diagnóstico y evaluar el tratamiento. En internet, en cambio, dispones de todo el tiempo del mundo y de más opiniones de las que necesitas. Resulta, además, un medio menos frío que la consulta, de manera que, a menos que tu mal requiera hospitalización y cirugía, lo que te pide el cuerpo, cuando te duele algo es entrar en la red y automedicarte.
De otro lado, hay muchos fármacos que se anuncian ya por la tele en el mismo nivel que un detergente. Es cierto que al final, de forma apresurada, se aconseja consultar al farmacéutico, pero como el que aconseja ir por la sombra, para cubrir el expediente. Con las enfermedades está pasando algo parecido a lo que ya ocurrió con los libros. En la antigüedad, uno tenía un librero de cabecera al que acudía una vez por semana y le contaba sus síntomas. En función de estos síntomas, el librero le aconsejaba Guerra y Paz, Ana Karenina o Poeta en Nueva York. Desaparecidos los libreros de cabecera o reducidos a la mínima expresión a la que han quedado reducidos también los médicos de cabecera, el lector —o el enfermo— ha de buscarse la vida. De modo que ahora entras en una librería gigantesca donde sabes que es inútil preguntar por un título y ¿qué haces? Te automedicas. La automedicación tiene sus ventajas también. Accedes a literaturas a las que en otra época ni se te había ocurrido acercarte y que resultan que no están mal. Descubres continentes nuevos, en fin, sabores diferentes, principios activos revolucionarios.
El futuro, si alguien no lo remedia, pasa por el autodiagnóstico y la automedicación. Quizá también por la autoeducación y, desde luego, por la autoayuda. En el mundo laboral, los autónomos son ya legión. El autónomo no tiene tiempo para ponerse enfermo. Pero si cae, ha de disimular porque cada día de baja es un día sin salario. ¿Qué hacer, pues? Entrar en internet y automedicarse. Mal asunto.
A primera vista, extraña que un 30% de los españoles se automedique y que un 50% consulte acerca de sus enfermedades en internet. Pero si lo piensan, es lógico. El doctor de la Seguridad Social dispone de poco más de un minuto para atenderte. Nadie en su sano juicio admitiría que en noventa segundos se puede establecer un diagnóstico y evaluar el tratamiento. En internet, en cambio, dispones de todo el tiempo del mundo y de más opiniones de las que necesitas. Resulta, además, un medio menos frío que la consulta, de manera que, a menos que tu mal requiera hospitalización y cirugía, lo que te pide el cuerpo, cuando te duele algo es entrar en la red y automedicarte.
De otro lado, hay muchos fármacos que se anuncian ya por la tele en el mismo nivel que un detergente. Es cierto que al final, de forma apresurada, se aconseja consultar al farmacéutico, pero como el que aconseja ir por la sombra, para cubrir el expediente. Con las enfermedades está pasando algo parecido a lo que ya ocurrió con los libros. En la antigüedad, uno tenía un librero de cabecera al que acudía una vez por semana y le contaba sus síntomas. En función de estos síntomas, el librero le aconsejaba Guerra y Paz, Ana Karenina o Poeta en Nueva York. Desaparecidos los libreros de cabecera o reducidos a la mínima expresión a la que han quedado reducidos también los médicos de cabecera, el lector —o el enfermo— ha de buscarse la vida. De modo que ahora entras en una librería gigantesca donde sabes que es inútil preguntar por un título y ¿qué haces? Te automedicas. La automedicación tiene sus ventajas también. Accedes a literaturas a las que en otra época ni se te había ocurrido acercarte y que resultan que no están mal. Descubres continentes nuevos, en fin, sabores diferentes, principios activos revolucionarios.
El futuro, si alguien no lo remedia, pasa por el autodiagnóstico y la automedicación. Quizá también por la autoeducación y, desde luego, por la autoayuda. En el mundo laboral, los autónomos son ya legión. El autónomo no tiene tiempo para ponerse enfermo. Pero si cae, ha de disimular porque cada día de baja es un día sin salario. ¿Qué hacer, pues? Entrar en internet y automedicarse. Mal asunto.
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