NO SABE UNO QUÉ DECIR
A los pocos años de la furia privatizadora de Margaret Tatcher, que aplicó a los servicios públicos los mismos criterios de rentabilidad que a las hamburguesas, empezaron a sucederse los accidentes ferroviarios en el Reino Unido. Para esas fechas, la Dama de Hierro ya estaba gagá y quizá no se enteró, pero los usuarios de los trenes que sobrevivieron a la restructuración sumaron dos y dos y comprendieron enseguida que eran cuatro. Los usuarios de la sanidad madrileña, víctima del ideario social y económico de Esperanza Aguirre, hemos empezado a sumar dos y dos y también salen cuatro. Quiere decirse que cuando en un hospital se confunde la habitación de la maquina de fotocopias con la habitación de un enfermo, tampoco es raro que se confunda la vía gastrointestinal con la parenteral. Una cosa lleva a la otra. Hubo un tiempo en el que ser aparcado en un pasillo del hospital, haciendo tus necesidades a la vista de todo el mundo, era una noticia. Hoy es completamente normal, por eso no sale en los periódicos. Cualquier persona (humana) que haya tenido que hacer uso de los servicios de urgencia de la sanidad madrileña a lo largo de los últimos meses ha comprendido que algo olía mal en Dinamarca.
Los sindicatos llevan meses advirtiendo del deterioro de estos servicios. Hay poca gente y sometida a rotaciones absurdas. No son las rotaciones lo único absurdo. Esperanza Aguirre ha inaugurado hospitales con incubadoras de atrezzo, es decir, hospitales falsos. Cuando ella salía por una puerta, los operarios entraban por la otra y se llevaban los decorados. Con independencia, pues, de la negligencia que haya podido cometer una persona concreta, una enfermera que ni sé cómo se llama ni me importa, lo que tendríamos que ver es si aplicar a la sanidad los criterios de rentabilidad que se aplican al negocio vacuno es rentable a medio y largo plazo. Y decimos rentable, a secas, porque no creo que entendieran el término moral. De ser así, de entenderlo, alguien habría dimitido ya tras las muertes sucesivas de una madre y su hijo. La primera tuvo que ir cuatro veces a urgencias para que le hicieran caso. Al segundo, le han confundido las venas con el intestino. No sabe uno qué decir.
A los pocos años de la furia privatizadora de Margaret Tatcher, que aplicó a los servicios públicos los mismos criterios de rentabilidad que a las hamburguesas, empezaron a sucederse los accidentes ferroviarios en el Reino Unido. Para esas fechas, la Dama de Hierro ya estaba gagá y quizá no se enteró, pero los usuarios de los trenes que sobrevivieron a la restructuración sumaron dos y dos y comprendieron enseguida que eran cuatro. Los usuarios de la sanidad madrileña, víctima del ideario social y económico de Esperanza Aguirre, hemos empezado a sumar dos y dos y también salen cuatro. Quiere decirse que cuando en un hospital se confunde la habitación de la maquina de fotocopias con la habitación de un enfermo, tampoco es raro que se confunda la vía gastrointestinal con la parenteral. Una cosa lleva a la otra. Hubo un tiempo en el que ser aparcado en un pasillo del hospital, haciendo tus necesidades a la vista de todo el mundo, era una noticia. Hoy es completamente normal, por eso no sale en los periódicos. Cualquier persona (humana) que haya tenido que hacer uso de los servicios de urgencia de la sanidad madrileña a lo largo de los últimos meses ha comprendido que algo olía mal en Dinamarca.
Los sindicatos llevan meses advirtiendo del deterioro de estos servicios. Hay poca gente y sometida a rotaciones absurdas. No son las rotaciones lo único absurdo. Esperanza Aguirre ha inaugurado hospitales con incubadoras de atrezzo, es decir, hospitales falsos. Cuando ella salía por una puerta, los operarios entraban por la otra y se llevaban los decorados. Con independencia, pues, de la negligencia que haya podido cometer una persona concreta, una enfermera que ni sé cómo se llama ni me importa, lo que tendríamos que ver es si aplicar a la sanidad los criterios de rentabilidad que se aplican al negocio vacuno es rentable a medio y largo plazo. Y decimos rentable, a secas, porque no creo que entendieran el término moral. De ser así, de entenderlo, alguien habría dimitido ya tras las muertes sucesivas de una madre y su hijo. La primera tuvo que ir cuatro veces a urgencias para que le hicieran caso. Al segundo, le han confundido las venas con el intestino. No sabe uno qué decir.
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