DE TÍTULOS Y ESTATUAS
Estábamos locos entonces, cuando hicimos a Franco alcalde honorario e hijo adoptivo de Madrid, y estamos locos ahora, al despojarle de esos títulos. Estamos locos todo el rato. Por eso nos gusta jugar a los vestiditos. Ahora te ponemos el verde, ahora el azul marino. El problema es que no tenemos a nadie por arriba que nos diga: ¿Estáis locos o qué? Total, que el otro día se reunieron las autoridades del Ayuntamiento de Madrid y decidieron arrancarle a Franco su vestidito azul de alcalde con su camisita y su canesú. A mí me pareció bien, claro, pues aquel bárbaro no se merecía ningún título honorífico. Pero luego tuve un arranque de lucidez y comprendí que estábamos tontos. Quiero decir que al despojarlo lo homenajeábamos también en alguna medida.
No es lo mismo quitar una estatua de Franco de la vía pública que sacarlo de un archivo. En la vía pública molesta. En los archivos se llena de ácaros. Personalmente, ni siquiera sabía que Franco era alcalde honorífico e hijo adoptivo de la ciudad en la que vivo. No llevo la cuenta de los hijos adoptivos ni de los alcaldes honoríficos. Quiere decirse que de no sacar el ayuntamiento adelante esa propuesta me habría muerto sin enterarme. Ahora, en cambio, sé que lo fue y que dejó de serlo. Además, como la historia está loca, dentro de dos o tres generaciones pueden volver a ponerle los vestiditos respectivos. El otro día, escuchando a los tertulianos hablar del golpe de estado en Honduras, descubrí que más de uno se solazaba con la situación (qué rayos querrá decir solazar). Queda gente así.
Recuerdo perfectamente cuando nombraron a Mario Conde doctor honoris causa por la universidad complutense de Madrid. Se percibía en aquel gesto algo que olía mal, que echaba para atrás, como cuando hay tormenta y los sumideros rebosan. Hubo invitados que durante la ceremonia se llevaron los dedos a la nariz, ahí están las fotografías. ¿Sería conveniente despojarle ahora de tal honor? No estoy seguro, la verdad. Otra cosa es que le hubieran puesto una estatua, sobre todo una estatua ecuestre. No puedo ni imaginar a Mario Conde sobre un caballo, con una mano en las bridas y la otra saludando al público. Bueno, lo peor es que sí puedo imaginarlo.
Estábamos locos entonces, cuando hicimos a Franco alcalde honorario e hijo adoptivo de Madrid, y estamos locos ahora, al despojarle de esos títulos. Estamos locos todo el rato. Por eso nos gusta jugar a los vestiditos. Ahora te ponemos el verde, ahora el azul marino. El problema es que no tenemos a nadie por arriba que nos diga: ¿Estáis locos o qué? Total, que el otro día se reunieron las autoridades del Ayuntamiento de Madrid y decidieron arrancarle a Franco su vestidito azul de alcalde con su camisita y su canesú. A mí me pareció bien, claro, pues aquel bárbaro no se merecía ningún título honorífico. Pero luego tuve un arranque de lucidez y comprendí que estábamos tontos. Quiero decir que al despojarlo lo homenajeábamos también en alguna medida.
No es lo mismo quitar una estatua de Franco de la vía pública que sacarlo de un archivo. En la vía pública molesta. En los archivos se llena de ácaros. Personalmente, ni siquiera sabía que Franco era alcalde honorífico e hijo adoptivo de la ciudad en la que vivo. No llevo la cuenta de los hijos adoptivos ni de los alcaldes honoríficos. Quiere decirse que de no sacar el ayuntamiento adelante esa propuesta me habría muerto sin enterarme. Ahora, en cambio, sé que lo fue y que dejó de serlo. Además, como la historia está loca, dentro de dos o tres generaciones pueden volver a ponerle los vestiditos respectivos. El otro día, escuchando a los tertulianos hablar del golpe de estado en Honduras, descubrí que más de uno se solazaba con la situación (qué rayos querrá decir solazar). Queda gente así.
Recuerdo perfectamente cuando nombraron a Mario Conde doctor honoris causa por la universidad complutense de Madrid. Se percibía en aquel gesto algo que olía mal, que echaba para atrás, como cuando hay tormenta y los sumideros rebosan. Hubo invitados que durante la ceremonia se llevaron los dedos a la nariz, ahí están las fotografías. ¿Sería conveniente despojarle ahora de tal honor? No estoy seguro, la verdad. Otra cosa es que le hubieran puesto una estatua, sobre todo una estatua ecuestre. No puedo ni imaginar a Mario Conde sobre un caballo, con una mano en las bridas y la otra saludando al público. Bueno, lo peor es que sí puedo imaginarlo.
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