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dilluns, 27 de juliol del 2009

El cementerio de elefantes

EL CEMENTERIO DE ELEFANTES

El taxista sólo tenía una cuerda vocal; la otra se la había extirpado el cirujano. Por culpa del tabaco, por lo visto. Hablaba esforzándose mucho, con un tono agudo.

-Imagínese –dijo- una guitarra con una cuerda menos.

-O un piano al que le faltara una tecla –dije yo.

-No es lo mismo -añadió él-, un piano se parece más a la dentadura que a la laringe.

Como ustedes ven, se trataba de un hombre muy preciso en la manipulación de las imágenes. No tuve más remedio que darle la razón.

-Así que por fumar -añadí para romper el silencio-.

-Por fumar, sí, resulta que la nicotina mata las células. No las mata de golpe, sino poco a poco. Y cuando ellas sienten que están a punto de expirar, se amontonan en un lugar del cerebro que no recuerdo ahora cómo se llama y crean toda clase de problemas porque es una zona muerta, ¿comprende? Los médicos la llaman necrosada, una zona necrosada.

La imagen me recordó a la del cementerio de elefantes. Según el mito, cuando están a punto de morir, se dirigen a un lugar escondido donde expiran rodeados de los cadáveres de sus antepasados. Lo leí de adolescente, en una novela de Tarzán, y no se me ha ido aún de la cabeza. El sueño de los traficantes de marfil era dar con ese cementerio, que se encuentra en un lugar remoto, quizá en un no-lugar.

El taxista conocía el mito y le pareció bien la comparación. Casi podíamos ver a las células moribundas caminado trabajosamente hacia el cementerio de células, situado en una zona remota del encéfalo, donde rodeadas de neuronas que velaban por su descanso eterno, formaban pequeños túmulos.

El taxista me miró a través del retrovisor y dijo que yo era muy sensible a las imágenes orgánicas, por lo que me iba a contar a continuación el día en que tuvo un infarto de colon. Ignoraba que existía esa clase infartos, pero le pedí que me dejara allí mismo. Con lo de la cuerda vocal y el cementerio de células me sobraba para un artículo de 38 líneas.

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