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dimecres, 8 de juliol del 2009

Identidad y sardinas

IDENTIDAD Y SARDINAS

Según Brenda McCowan, veterinaria de la Universidad de California, un delfín sabe quién es cuando se mira en el espejo. Lo leí hace poco en una entrevista que hicieron a la delfinóloga en La Vanguardia y me quedé atónito. De modo que a un delfín le pones un espejo delante y se dice mira, ahí estoy yo. A lo mejor, saca la lengua también, para ver si la tiene sucia, y se quita un par de espinillas. De los delfines llevamos años afirmando unas cosas increíbles. Tan pronto curan enfermedades mentales como poseen un lenguaje dotado de una sintaxis complicada. Ahora resulta que tienen una subjetividad y que por lo tanto saben quiénes son. De saber quién es uno a inventar el carnet de identidad no hay más que un paso. Y es lógico, si yo sé que soy Ricardo Pérez Gutiérrez, lo lógico es desear que figure por escrito. Si además de ser Ricardo Pérez Gutiérrez, he estudiado arquitectura, quiero que debajo de mi nombre figure mi profesión. Y si estoy casado y tengo hijos, lo normal es que aspire a poseer también un libro de familia. Una cosa lleva a otra.

Saber quién eres cuando te miras en el espejo conduce a tomar decisiones capaces de cambiar tu vida y la de tu entorno. De hecho, si no hubiéramos inventado los espejos, el mundo sería diferente. Cuando Narciso se miró en las aguas del río y se enamoró de sí, comenzó un proceso que nos ha conducido, sin ir más lejos, a inventar los parques zoológicos. Una de las atracciones de más éxito en estos parques es la de los delfines amaestrados, a quienes obligamos a hacer unas tonterías increíbles a cambio de una sardina. Si los delfines supieran lo humillante que es hacer piruetas fuera del agua a cambio de una sardina, renunciarían a la sardina. Es muy difícil mirarse en el espejo después de haberse ganado la vida de ese modo.

Quiere decirse que si los delfines supieran de verdad quiénes son cuando se miran en el espejo, en vez de comerse la sardina, se comerían a su cuidador, para espanto de los niños. Y es que cuando uno sabe quién es, se transforma inevitablemente en un sujeto, mientras que los delfines del zoo, hoy por hoy, son meros objetos (de diversión). A ver si hablamos con propiedad.

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