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dilluns, 20 d’octubre del 2008

La piedra filosofal es el estado

LA PIEDRA FILOSOFAL ES EL ESTADO

Un aviso para la gente que está comprando lingotes de oro: tampoco es un valor seguro. Su precio depende de un consenso tan absurdo y frágil como el de una acción de Telefónica. Si mañana nos ponemos de acuerdo en que el oro es una basura, tendrá usted que tragarse todos esos lingotes que guarda en el doble fondo del armario o en la caja fuerte de su alma. No tiene un valor intrínseco, sólo el que le atribuimos. Además, en cualquier momento podemos dar con la piedra filosofal capaz de transformar la caca en oro. No sería la primera vez que ocurriera. En sus orígenes, el aluminio era más caro que el vil metal (y perdón por lo de vil metal). Los objetos de los ricos, aunque ahora parezca mentira, tenían en aquella época alguna incrustación de aluminio. Pero de la noche a la mañana un joven investigador norteamericano descubrió el modo de producirlo industrialmente y los precios se fueron al carajo. Por eso hay tantas ventanas de aluminio. Son feas por la cantidad. Si sólo hubiera una en el mundo, causaría admiración. Una fachada cubierta de diamantes provocaría vómitos. Quizá algún día resulte más barato hacer las ventanas de oro, qué espanto

No hay valores seguros, decíamos. Es mejor invertir en alimentación que en joyas. Hay latas de sardinas que no caducan hasta el 2015. De aquí a esas fechas, el oro puede estar por los suelos, pero las sardinas continuarán tan frescas como ayer. De hecho, la gente verdaderamente sabia (abuelas, madres, tíos paternos, nueras y cuñados) está llenando las despensas, por si hay una guerra (de precios). No sé si las sardinas pertenecen al apartado de la economía real o de la financiera, pero al final si tienes mucho oro o muchas acciones, pero nada que llevarte a la boca, estás listo. La verdadera piedra filosofal sería aquella capaz de transmutar en jamón de Jabugo cualquier cosa que tocara.

Aunque, para piedra filosofal, el Estado, que ha recogido las subprime y demás productos de dudosa moralidad trasformándolos en oro. Los banqueros están que no se lo creen. Los pobres no se habían dado cuenta (o quizá sí) de que el Estado eran ellos. Por eso hemos acudido en su ayuda. De nada, tíos, a mandar.

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