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diumenge, 5 de novembre del 2006

Preferencias

PREFERENCIAS

Conocí a un gran poeta del que se decía que era frígido y que fingía el éxtasis que le producían sus versos. Pero lo fingía tan bien que todos le creíamos. Recuerdo haber leído sus poemas en estado de trance. Fue el poeta favorito de nuestra juventud. Con frecuencia, nos reuníamos en la casa de algún compañero de la facultad o alrededor de la mesa de un bar para leer sus textos en voz alta y comentarlos luego con la religiosidad de un grupo de devotos. Cuesta creer que los escribiera con la frialdad con la que un aparejador dibuja un plano o una calculadora lleva a cabo una ecuación, pero él mismo lo confesó en un diario póstumo que sorprendió a propios y a extraños. Lo más curioso es que incluso después de conocer esa declaración, sus versos continúan haciéndonos temblar de emoción (no digo de quién se trata porque no quiero compartirlo con nadie).

Me he acordado de él tras leer una entrevista con Sylvia Cristel, la actriz que representó a Emmanuelle, el mito erótico de los 70, en la que la actriz francesa confiesa que era frígida. Dios mío, Sylvia Cristel frígida. Como ustedes saben, fue amante de políticos y artistas porque era una llama en la que todos querían abrasarse. Pero era una llama fría. Cristel asegura no haber entendido jamás la atracción que provocaba su cuerpo, que a ella le producía extrañeza. Se dejaba hacer por los hombres con un distanciamiento no exento de curiosidad. ¿Por qué querrán tocarme?, se preguntaba. Al parecer confiesa todo esto en unas memorias frígidas que acaban de aparecer en Francia y cuya traducción esperamos con ansia en España. ¿Cómo podemos equivocarnos tanto?

Casi al mismo tiempo que me entero de lo de Sylvia Cristel, leo que Andersen odiaba a los niños, o sea, que también era, en algún sentido, frígido. Me pregunto si hay jueces frígidos, magistrados que fingen amar a la Justicia, por la que en realidad no sienten nada. Me pregunto si hay profesores de literatura frígidos, maestros que gimen de placer al hablar de Flaubert, al que quizá detestan. No me pregunto si hay obispos frígidos (que no creen en Dios), porque eso salta a la vista. Así las cosas, quizá uno mismo hubiera preferido ser frígido, pero eso no se elige.

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