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divendres, 27 d’octubre del 2006

Subcolumna

SUBCOLUMNA

Estoy leyendo un libro sobre insectos en el que aparece una mosca llamada "suboscura". Suboscura, fíjense, nada de melanogáster ni de drosóphila ni de tsé tsé, no: suboscura. Me estremezco al imaginar una mosca suboscura. El prefijo sub proporciona a las palabras una suerte de prestigio inverso, un toque demoniaco, un semblante aciago. Ahí están suburbano, subteniente, subsuelo, subdirector, subsecretario, subjúdice, subafluente, subalimentación, subalterno, subarrendar, subcontrata, suburbio, subconsciente... ¡Dios mío, subconsciente! Se me ocurre de súbito que el hábitat natural de la mosca suboscura sea el subconsciente, tan rico en materiales en descomposición. Las larvas (¿o debería decir las sublarvas?) de las moscas suboscuras tienen garantizado el alimento, al menos el alimento onírico.

Una vez, hace años, estábamos en la oficina después de comer y mi jefe se quedó dormido con la boca abierta. Estaba dudando si despertarle o no cuando vi aparecer entre sus labios una mosca. La imagen me persiguió durante meses, creo que por su aspereza biológica. Al llegar a casa me duché y me afeité, confiando en que la limpieza exterior me quitaría la pesadumbre interna. Pero no sirvió de nada. Me fui a la cama sin cenar, con mal sabor de boca, como si la mosca de mi jefe se hubiera paseado por mi boca en vez de por la suya. Pasé la noche inquieto y tuve pesadillas orgánicas que olvidé al despertar. Si hubiera sabido que se trataba de una mosca suboscura, habría considerado un privilegio asistir a su aparición. Nos perdemos las mejores cosas de la vida por ignorancia.

Lo que me pregunto es cómo logró aquel insecto escapar del subconsciente de mi jefe, tan hermético. Quizá por el ojo de la cerradura. El caso es que esta mañana, al levantarme, he visto una mosca, o quizá una submosca, al lado del zapato. Estaba muerta, boca arriba, es invierno. Le he dicho a mi mujer que no sé de dónde ha podido salir, pero sí lo sé. Ha salido de mi subconsciente por el ojo de la cerradura y ha trepado por las vías respiratorias hasta la boca, o hasta la nariz. Se trata, pues, de una suboscura, mi suboscura. He guardado el cadáver en el estuche de la pluma estilográfica.

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