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diumenge, 30 de juliol del 2006

Las formas de morir

LAS FORMAS DE MORIR

Sadam Hussein prefiere el fusilamiento a la horca, para morir como un hombre de guerra y no como un bandido (dice). Por lo general, se considera que el fusilamiento es más digno que la horca. La dignidad, en este caso, guarda una relación proporcional con el sufrimiento. No se trata, pues, de una cuestión de valentía, sino de economía (economía de angustia). A veces me he preguntado qué tipo de muerte elegiría yo en un trance parecido. La horca, como la decapitación, mancha más al verdugo que a la víctima. Pero no se trata de una muerte agradable, desde luego. La silla eléctrica es obra de un perverso. Tiene demasiados prolegómenos, demasiados cables y pocos voltios, pues los condenados tardan siglos en morir. Se ha dado el caso de gente a la que le ha ardido el pelo, pero le ha continuado latiendo el corazón. En cuanto a la cámara de gas, parece también mal inventada. Quizá utilizan el gas que no es, pues conocemos relatos de supervivencia espeluznantes.

Ahora, en EEUU al menos, tiene mucho predicamento la inyección letal. Lo bueno de la inyección letal es que la atmósfera en la que mueres recuerda a la de una enfermería. Te matan con una higiene digna de encomio y lo hace un profesional (un sanitario, suponemos). También te puede poner la inyección un celador, desde luego, pero seguramente está prohibido. En mi barrio había un señora que ponía inyecciones sin tener título de enfermera. En cierta ocasión se le murió un paciente y fue a la cárcel. En el caso que nos ocupa, el celador podría ir a la cárcel si el paciente le vive. Para poner inyecciones, como para conducir, hay que tener carné, estar acreditado, poseer una capacitación.

Dirán ustedes que con qué naturalidad hablo de la pena de muerte. No más que con la que se ejecuta. Si vivimos en un mundo donde matar es normal, también debería ser normal que formara parte de nuestras conversaciones. En ese sentido, la petición de Sadam Hussein se ha colado en el periódico, y en nuestra cabeza, con una naturalidad pasmosa. El horror está siempre al otro lado de la puerta, o al volver la página del periódico.

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