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diumenge, 12 de març del 2006

Perdonen la tristeza

PERDONEN LA TRISTEZA

Esa niña en coma, maltratada por su padrastro, que hoy paseamos por todos los medios de comunicación, como mercadería informativa, se paseó antes por juzgados en los que no se le prestó atención. Todo el mundo conocía su vida, pero por algún motivo no les parecía un caso atractivo. Qué raro. Recuerda el de cientos de catástrofes anunciadas. El Carmel, por ejemplo. Tuvo que hundirse para que conociéramos todo aquel lío de subcontratas que sin embargo era público. Las subcontratas son a las catástrofes lo que los árboles al bosque: conviven en una relación de necesidad. Y bien, la justicia, que aún no ha sido privatizada, presenta con frecuencia los síntomas característicos de la temporalidad laboral, de la chapuza, del ahorro de costes, del trabajo basura. No sabemos que ocurrirá el día que la desregulen.

Por otra parte, un ingeniero que participó en las obras de la línea 9, del metro de Madrid, ha desvelado estos días que dicha ampliación se efectuó con materiales defectuosos. Ha asegurado, sin ningún tipo de matiz, que pudo haber ocurrido una catástrofe. Manuel de Melis, que así se llama el ingeniero en cuestión, ocupaba entonces el puesto de Director General de Infraestructuras. Conocía el problema, pero no lo denunció a la policía. Ahora, tras su peculiar autoinculpación, tampoco ha sido llamado a declarar. Es más: los medios de comunicación ha prestado al caso una atención similar a la que prestaron a la niña por la que hoy tanto nos preocupamos. Queremos noticias frescas, no meros anticipos. Quizá la cultura de la subcontrata ha llegado también a los medios de comunicación. Queremos información barata, que no nos exija grandes desplazamientos, ni grandes inversiones de tiempo y energía.

-Oiga, es que el ingeniero de Melis ha dicho que podría haber ocurrido una catástrofe con centenares de muertos y de heridos

-Pues que nos avise cuando suceda la catástrofe, como en el Carmel.

Desde luego, informativamente hablando, son más rentables las catástrofes sucedidas que las anunciadas. Pero deberíamos pensar también la rentabilidad moral de las cosas. Y perdonen la tristeza.

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