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divendres, 1 de juliol del 2011

El medio es el masaje

EL MEDIO ES ELMASAJE

Martes. Hoy he soñado con ratones muertos. Llegaba al lavadero y veía un barreño lleno de agua que no recordaba haber dejado allí. Al asomarme, contaba siete ratones muertos. El número siete me persigue, y no solo a mí. Hay mucha gente que tiene problemas o alegrías con este número, del que se dice que es mágico. De cada cien personas a las que pides que piensen en un número del uno al diez, setenta eligen el siete (o son elegidos por él). Por mi parte, de pequeño viví en el número 77 de una calle de Madrid. Ya de mayor, mis padres se trasladaron al número 7 de la calle de al lado. En todos mis números de teléfono ha habido al menos tres sietes, y así de forma sucesiva. Ahora había siete ratones muertos. Lo curioso es que a media mañana ha venido el jardinero, porque el riego automático no funciona desde hace un par de días, y ha encontrado un ratón muerto en los conductos. Me lo ha mostrado tomándolo del rabo al tiempo que decía:

—¿Cómo puede haberse metido en un sistema cerrado?

Me han dado ganas de decir que desde el sueño, pero me he callado, claro. Más tarde, tomándome una cerveza con el jardinero, he caído en la debilidad de contarle mi sueño de los ratones muertos.

—Entonces no eran siete –me ha dicho–, eran ocho, contando el de las tuberías. Ambos hemos reído para ocultar la inquietud.


Miércoles. Tengo que preparar una intervención pública sobre los miedos de la vejez, que en su mayoría son anticipativos. El tema me ha traído a la memoria un libro de Sándor Márai. Por concretar, sus Diarios, 1984-1989, donde da cuenta de sus últimos años de vida con una voluntad antiliteraria tal que al final resulta la más literaria de sus obras (los extremos se tocan). Se trata, quizá, del mejor libro que he leído en los últimos años, el que más me ha conmovido. Márai relata en él la muerte de su esposa y decide que él no llegará a esos extremos de dependencia, de modo que se compra una pistola con la que le entregan, creo recordar, 60 balas.

—No necesitaré tantas –dice al vendedor.

—Da igual, son gratis, vienen con el arma –le responde el empleado de la tienda.

El escritor húngaro, exiliado de su patria, vivía entonces en San Diego, donde es más fácil obtener un revólver que un somnífero. Allá que vuelve entonces el anciano Márai con su pistola y sus balas gratuitas, como cuando te compras un gel de baño y te regalan un champú. Tener un arma en la mesilla de noche da una tranquilidad increíble, y no porque con ella puedas abatir a un caco, sino porque en un momento dado te puedes meter el cañón en la boca y disparar. Márai, que era un viejo algo obsesivo, acude incluso a unas lecciones de tiro para, llegado el momento, no fallar. Y no falló. En 1989, cuando sus dificultades para coger el autobús comenzaron a resultar excesivas, se fue al otro mundo por sus propios medios. ¿Tenía miedo a la vejez?


Jueves. Entre los ratones muertos y el suicidio de Sándor Márai, llevo una semana más bien onírica, de modo que me cuesta mucho volver a la realidad, sobre todo, a la realidad española y de las JONS, que es la que más abunda gracias al debate sobre el Valle de los Caídos. Me fugo, pues, al cine y veo una película argentina titulada El rompecabezas. Trata de un ama de casa (marido insensible y un par de hijos adolescentes) que lleva una vida vulgar, plana, aunque no decididamente infeliz. Un día, por su cumpleaños, le regalan casualmente un puzle que resuelve con increíble rapidez. Parece que tiene un don, del que no era consciente, para colocar cada fragmento en su sitio. Ese descubrimiento en apariencia banal alumbra otros que acaban por modificar seriamente su vida. Salgo del cine conmovido, preguntándome si todos los seres humanos somos muy buenos en algo. De ser así, la educación consistiría en ayudarnos a descubrirlo.

Viernes. La realidad continúa cercándome y yo sigo defendiéndome de ella. Parte de esa realidad entra en mi vida a través de la tele, de la que no sabría decir si se trata de un género o un género de géneros. El medio ya no es el mensaje; en todo caso, el masaje.

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