ESCEPTICISMO
La sección de Necrológicas del periódico viene a ser una especie de sumidero por el que cada día se cuelan poetas, músicos, diputados, cocineros, arquitectos, cantantes… A ver quién toca hoy, te dices. Y toca, por ejemplo, un crítico de toros al que no conocías o un coreógrafo del que nunca habías oído hablar porque tus lagunas culturales son más grandes que la materia oscura de la que está hecho el universo (y nosotros con él). El caso es que hay como una intriga diaria cuando abres el periódico y comienzas a recorrerlo (a leerlo) por sus bordes sabiendo que esos bordes, como los del lavabo, van empujándote a ti y a las noticias hacia el desaguadero denominado Necrológicas.
No es más que una cuestión de tiempo. A ese político que aparece en una entrevista de la página 10, enumerando los males de la patria (y sus soluciones) le faltan 42 páginas para llegar a la 53, la de las Necrológicas. Y las páginas caen a la velocidad de los años. Incluso cuando caen despacio van demasiado deprisa. Ese joven escritor que en las páginas de Cultura habla de la muerte de la novela (tema novedoso donde los haya) está a siete páginas de los obituarios. Cae y cae sin darse cuenta de que al hablar de la muerte de la novela está hablando de la propia. Siempre que hablamos de la muerte de algo o de alguien estamos refiriéndonos indirectamente a la nuestra.
La sección de Necrológicas tiene en el periódico una situación estratégica. Parece realmente un agujero, una grieta, una sima. Quizá si nos asomáramos a ella con atención seríamos, si no mejores, más escépticos. La conquista de cierto grado de escepticismo constituye un paso en la buena dirección.
No todos los escépticos son buenos, pero toda bondad requiere cantidades discretas de falta de entusiasmo, incluso de cinismo. Llegará un día en el que todo lo que ocurre en el diario se cuele por el agujero de las necrológicas a cien por hora, como si el universo se devorara a sí mismo. Curiosamente, como en una premonición genial, los periódicos que mantienen la sección de Natalicios suelen colocarla a dos pasos de la de los fallecimientos. A veces no sabes si aquél del que hablan acaba de nacer o de morir. Y es que no hay tanta diferencia.
La sección de Necrológicas del periódico viene a ser una especie de sumidero por el que cada día se cuelan poetas, músicos, diputados, cocineros, arquitectos, cantantes… A ver quién toca hoy, te dices. Y toca, por ejemplo, un crítico de toros al que no conocías o un coreógrafo del que nunca habías oído hablar porque tus lagunas culturales son más grandes que la materia oscura de la que está hecho el universo (y nosotros con él). El caso es que hay como una intriga diaria cuando abres el periódico y comienzas a recorrerlo (a leerlo) por sus bordes sabiendo que esos bordes, como los del lavabo, van empujándote a ti y a las noticias hacia el desaguadero denominado Necrológicas.
No es más que una cuestión de tiempo. A ese político que aparece en una entrevista de la página 10, enumerando los males de la patria (y sus soluciones) le faltan 42 páginas para llegar a la 53, la de las Necrológicas. Y las páginas caen a la velocidad de los años. Incluso cuando caen despacio van demasiado deprisa. Ese joven escritor que en las páginas de Cultura habla de la muerte de la novela (tema novedoso donde los haya) está a siete páginas de los obituarios. Cae y cae sin darse cuenta de que al hablar de la muerte de la novela está hablando de la propia. Siempre que hablamos de la muerte de algo o de alguien estamos refiriéndonos indirectamente a la nuestra.
La sección de Necrológicas tiene en el periódico una situación estratégica. Parece realmente un agujero, una grieta, una sima. Quizá si nos asomáramos a ella con atención seríamos, si no mejores, más escépticos. La conquista de cierto grado de escepticismo constituye un paso en la buena dirección.
No todos los escépticos son buenos, pero toda bondad requiere cantidades discretas de falta de entusiasmo, incluso de cinismo. Llegará un día en el que todo lo que ocurre en el diario se cuele por el agujero de las necrológicas a cien por hora, como si el universo se devorara a sí mismo. Curiosamente, como en una premonición genial, los periódicos que mantienen la sección de Natalicios suelen colocarla a dos pasos de la de los fallecimientos. A veces no sabes si aquél del que hablan acaba de nacer o de morir. Y es que no hay tanta diferencia.
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