LOS PADRES DE BLANCA
Frente a la sección de conservas hay un hombre de pie, con una cesta en la mano izquierda y una lata de mejillones en la otra. Lee lo que pone en el envase de la lata con tal atención que parece que tiene entre sus manos Ana Karenina. Me coloco a su lado, para ver si se me contagia algo de su pasividad, pues me he levantado nervioso, he desayunado a cien por hora, he leído los periódicos fijándome sólo en los titulares y he arrancado el coche en tercera, pues no tenía paciencia para pasar por las dos primeras velocidades. Sueño con el momento del gin tonic, para el que faltan más de cinco horas. A lo mejor, pienso, lo que tengo es mono de la tónica (sólo utilizo la ginebra para dar sabor al mejunje). Me coloco al lado del hombre tranquilo, digo, y tomo también una lata de mejillones, cuyas características leo con atención. Nada que ver con Ana Karenina.
—¿Usted cree en las marcas blancas? —me pregunta el hombre cuando llevo un rato a su lado.
—No sé qué decirle, creo que no, no creo en casi nada.
—Es que estoy dudando si llevarme una marca blanca o una marca conocida. Mucha gente dice que las blancas son iguales que las conocidas porque las fabrican los mismos empresarios.
—Llévese una de cada, las prueba y el próximo día decide con criterio.
—Es que a mí todo me sabe igual —dice.
Marcas blancas. Me pregunto por qué no hay automóviles de marcas blancas. Y quien dice automóviles dice periódicos. O ametralladoras. Tampoco hay religiones blancas, ni partidos políticos blancos, ni bancos blancos. Lo más parecido a un banco blanco sería ING Direct, pero tampoco, porque al final, si uno se empeña, sabe quién hay detrás de esa organización radiofónica. Las marcas blancas, ¡qué raro!, funcionan casi de manera exclusiva en los detergentes y en las conservas. Busco una tónica de marca blanca y no doy con ella. Una ginebra de marca blanca y tampoco. No las compraría de todos modos.
Me doy cuenta de que el supermercado tiene algo de templo, de lugar para la reflexión. La chica de la caja, que es muy simpática, se llama casualmente Blanca, pero es una chica de marca, conozco a sus padres.
Frente a la sección de conservas hay un hombre de pie, con una cesta en la mano izquierda y una lata de mejillones en la otra. Lee lo que pone en el envase de la lata con tal atención que parece que tiene entre sus manos Ana Karenina. Me coloco a su lado, para ver si se me contagia algo de su pasividad, pues me he levantado nervioso, he desayunado a cien por hora, he leído los periódicos fijándome sólo en los titulares y he arrancado el coche en tercera, pues no tenía paciencia para pasar por las dos primeras velocidades. Sueño con el momento del gin tonic, para el que faltan más de cinco horas. A lo mejor, pienso, lo que tengo es mono de la tónica (sólo utilizo la ginebra para dar sabor al mejunje). Me coloco al lado del hombre tranquilo, digo, y tomo también una lata de mejillones, cuyas características leo con atención. Nada que ver con Ana Karenina.
—¿Usted cree en las marcas blancas? —me pregunta el hombre cuando llevo un rato a su lado.
—No sé qué decirle, creo que no, no creo en casi nada.
—Es que estoy dudando si llevarme una marca blanca o una marca conocida. Mucha gente dice que las blancas son iguales que las conocidas porque las fabrican los mismos empresarios.
—Llévese una de cada, las prueba y el próximo día decide con criterio.
—Es que a mí todo me sabe igual —dice.
Marcas blancas. Me pregunto por qué no hay automóviles de marcas blancas. Y quien dice automóviles dice periódicos. O ametralladoras. Tampoco hay religiones blancas, ni partidos políticos blancos, ni bancos blancos. Lo más parecido a un banco blanco sería ING Direct, pero tampoco, porque al final, si uno se empeña, sabe quién hay detrás de esa organización radiofónica. Las marcas blancas, ¡qué raro!, funcionan casi de manera exclusiva en los detergentes y en las conservas. Busco una tónica de marca blanca y no doy con ella. Una ginebra de marca blanca y tampoco. No las compraría de todos modos.
Me doy cuenta de que el supermercado tiene algo de templo, de lugar para la reflexión. La chica de la caja, que es muy simpática, se llama casualmente Blanca, pero es una chica de marca, conozco a sus padres.
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