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dimecres, 17 de juny del 2009

Yo no he sido

YO NO HE SIDO

Aseguran las autoridades que no llegaremos a los cinco millones de parados. He ahí una meta negativa. Las metas negativas se imponen sobre las positivas en épocas de crisis. No comeremos sangre frita ni vísceras, no volveremos a pasar hambre. No me divorciaré, no me quedaré ciego, no tendrán que extirparme el bazo, no malvenderé la casa… No elevaremos los impuestos, salvo la gasolina y el tabaco (de momento), no perderemos las generales, no te defraudaré. El no y el sí se pasan la vida en lucha. Somos tanto hijos del uno como del otro. Pero el no es más cobarde, más precavido, más astuto. Cuando decimos que la sangre no llegará al río estamos admitiendo que va a haber mucha sangre y cuando afirmamos que no llegaremos a cinco millones de parados estamos filtrando la idea de que sobrepasaremos los cuatro y medio. Cuando éramos fumadores nos proponíamos continuamente no encender más de seis cigarrillos al día. Luego caían dos paquetes. El «no» tiene las fronteras menos claras que el «sí».

Entre «no dejaré de quererte» y «te querré siempre» hay una diferencia sutil, la misma que se puede apreciar entre «no te odio» y «te quiero». Cuando uno se ve obligado a decir «yo no he sido» mal asunto. En todo caso, estabas ahí. Lo sé porque me pasé la infancia diciendo que yo no había sido. No había sido, en efecto, pero estaba ahí, por eso me comí más de un marrón que no me correspondía. Si yo fuera una autoridad, quizá habría caído en el error de asegurar que no llegaríamos a cinco millones de parados ni de lejos. Y me habría equivocado. La frase metaforiza a la perfección la duda en la que nos hallamos inmersos. Nadie sabe nada de nada. Navegamos sin brújula, sin mapa, sin cuadrante (qué rayos es un cuadrante), sin datos fiables, de modo que cuando aseguramos que no llegará la sangre al río estamos formulando, más que un diagnóstico, un deseo.

En tales circunstancias, más vale observar todo con cierto escepticismo, por lo menos hasta que la desesperación llame a la puerta. No llegaremos a la desesperación, dirá de un momento a otro el ministro de Trabajo, pero quién sabe dónde está la raya que marca el final de una cosa y el comienzo de la otra.

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