DINERO MALDITO
Bajé al Vips a comprar una botella de ginebra y vi unos gatitos de peluche que respiraban. Estaban recostados en una cestita, en actitud de dormir, pero si te fijabas, su cuerpo se ensanchaba y se encogía, imitando la respiración pausada del sueño. Y si acercabas la mano, te parecía que estabas tocando a un ser vivo. Como ese día me había levantado raro, pensé que se trataba de una alucinación, de modo que cogí la botella de ginebra, pagué y me fui. Ya en la calle, el recuerdo de los gatitos me hizo dar la vuelta y entrar de nuevo en el establecimiento. Ahora descubrí un cartel donde ponía: «Mascotas que respiran». Quiere decirse que no había sido una alucinación. Una mente perversa los había diseñado para crear problemas en cabezas como la mía. Y es que los gatitos eran muy siniestros, mucho, tan siniestros que tomé uno, pasé por caja, y me lo llevé a casa.
Como era la hora del gin tonic de media tarde, me preparé uno y fui bebiéndolo a pequeños sorbos mientras el gatito respiraba en su cesta. Luego vi un par de telediarios y una película de miedo. Antes de meterme en la cama dudé si apagar o no al gatito. Finalmente decidí dejarlo respirar durante toda la noche, no fuera a aparecer muerto al día siguiente. Un peluche cadáver es capaz de poner los pelos de punta al más pintado. Por mi parte, dormí mal, inquieto. Soñé que a partir de ese rudimentario aparato respiratorio el gatito creaba también un aparato digestivo y quizá una agresividad felina. No hay nada más terrible que un muñeco de peluche agresivo.
Me levanté temprano y pasé por el salón, donde el gatito dormía plácidamente, con su respiración acompasada. Tuve la convicción de que había metido en casa un bicho infernal. Una mosca se posó en su oreja y la espanté. ¿Y si en este momento se la acabara la pila?, me pregunté. Miré por todos los cajones, pero no encontré ninguna de su tamaño. La idea de que el animal dejara de respirar me agobió, de hecho tuve un pequeño ataque de asma, como si la pila se me estuviera acabando a mí. Esa mañana, cuando abrieron el Vips, abandoné al gatito disimuladamente de donde lo había tomado. Quizá podría haber pedido que me devolvieran el dinero, pero qué hacer con un dinero maldito.
Bajé al Vips a comprar una botella de ginebra y vi unos gatitos de peluche que respiraban. Estaban recostados en una cestita, en actitud de dormir, pero si te fijabas, su cuerpo se ensanchaba y se encogía, imitando la respiración pausada del sueño. Y si acercabas la mano, te parecía que estabas tocando a un ser vivo. Como ese día me había levantado raro, pensé que se trataba de una alucinación, de modo que cogí la botella de ginebra, pagué y me fui. Ya en la calle, el recuerdo de los gatitos me hizo dar la vuelta y entrar de nuevo en el establecimiento. Ahora descubrí un cartel donde ponía: «Mascotas que respiran». Quiere decirse que no había sido una alucinación. Una mente perversa los había diseñado para crear problemas en cabezas como la mía. Y es que los gatitos eran muy siniestros, mucho, tan siniestros que tomé uno, pasé por caja, y me lo llevé a casa.
Como era la hora del gin tonic de media tarde, me preparé uno y fui bebiéndolo a pequeños sorbos mientras el gatito respiraba en su cesta. Luego vi un par de telediarios y una película de miedo. Antes de meterme en la cama dudé si apagar o no al gatito. Finalmente decidí dejarlo respirar durante toda la noche, no fuera a aparecer muerto al día siguiente. Un peluche cadáver es capaz de poner los pelos de punta al más pintado. Por mi parte, dormí mal, inquieto. Soñé que a partir de ese rudimentario aparato respiratorio el gatito creaba también un aparato digestivo y quizá una agresividad felina. No hay nada más terrible que un muñeco de peluche agresivo.
Me levanté temprano y pasé por el salón, donde el gatito dormía plácidamente, con su respiración acompasada. Tuve la convicción de que había metido en casa un bicho infernal. Una mosca se posó en su oreja y la espanté. ¿Y si en este momento se la acabara la pila?, me pregunté. Miré por todos los cajones, pero no encontré ninguna de su tamaño. La idea de que el animal dejara de respirar me agobió, de hecho tuve un pequeño ataque de asma, como si la pila se me estuviera acabando a mí. Esa mañana, cuando abrieron el Vips, abandoné al gatito disimuladamente de donde lo había tomado. Quizá podría haber pedido que me devolvieran el dinero, pero qué hacer con un dinero maldito.
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