LAS REDES INALÁMBRICAS
Siempre que hablo por el móvil pienso que algún servicio secreto está grabando mi conversación, por lo que procuro despistar. El otro día, sin ir más lejos, me telefoneó mi madre para pedirme que la acompañara al médico, a lo que respondí:
—Ya estás con la historia del médico. Si sabes que no te pasa nada, mujer, que es todo pura hipocondría.
En realidad mi madre está a punto de fallecer, le han dado tres meses de vida, pero no me daba la gana que los servicios secretos se enteraran, de modo que le pedí que se tranquilizara o que llamara al psicólogo.
—Pero qué coño de psicólogo —dijo ella—, si me quedan tres meses de vida y me matan los dolores. Lo que necesito es ir al médico para que me recete otra tanda de morfina.
Tenía que decir morfina. Podía haber dicho aspirinas o paracetamol, qué se yo, pero tuvo que decir morfina, que es una de las palabras que más alarman al servicio secreto. Colgué inmediatamente el teléfono, tomé un taxi, me presenté en su casa y le dije que fuera la última vez que pronunciaba la palabra morfina por el teléfono móvil.
—Ya estás con lo de los servicios secretos —dijo ella.
En ese instante comprendí que mi madre era espía. Fue como un fogonazo de luz, como una revelación. ¿Cómo no me he dado cuenta antes?, me dije, qué idiota he sido. De repente comprendí por qué siempre que me llamaba al móvil intentaba que habláramos de enfermedades y asuntos privados en general.
Esa noche arrojé mi móvil por el retrete. Mi madre me llamó al fijo al día siguiente. Me preguntó por qué no respondía al móvil y le dije que lo había perdido. Preguntó que dónde y le dije que en el cine. Me recomendó que lo diera de baja y le respondí que ya lo había hecho. Luego me pidió que le contara la película y que le recordara una receta de cocina. En ningún momento pronunció la palabra morfina ni habló de sus enfermedades. ¿Para qué, si ya no podían escucharnos los servicios secretos? Deduje de todo ello que las líneas fijas son, desde el punto de vista de la inteligencia militar, menos vulnerables que las redes inalámbricas. Y así lo hice constar en mi informe.
Siempre que hablo por el móvil pienso que algún servicio secreto está grabando mi conversación, por lo que procuro despistar. El otro día, sin ir más lejos, me telefoneó mi madre para pedirme que la acompañara al médico, a lo que respondí:
—Ya estás con la historia del médico. Si sabes que no te pasa nada, mujer, que es todo pura hipocondría.
En realidad mi madre está a punto de fallecer, le han dado tres meses de vida, pero no me daba la gana que los servicios secretos se enteraran, de modo que le pedí que se tranquilizara o que llamara al psicólogo.
—Pero qué coño de psicólogo —dijo ella—, si me quedan tres meses de vida y me matan los dolores. Lo que necesito es ir al médico para que me recete otra tanda de morfina.
Tenía que decir morfina. Podía haber dicho aspirinas o paracetamol, qué se yo, pero tuvo que decir morfina, que es una de las palabras que más alarman al servicio secreto. Colgué inmediatamente el teléfono, tomé un taxi, me presenté en su casa y le dije que fuera la última vez que pronunciaba la palabra morfina por el teléfono móvil.
—Ya estás con lo de los servicios secretos —dijo ella.
En ese instante comprendí que mi madre era espía. Fue como un fogonazo de luz, como una revelación. ¿Cómo no me he dado cuenta antes?, me dije, qué idiota he sido. De repente comprendí por qué siempre que me llamaba al móvil intentaba que habláramos de enfermedades y asuntos privados en general.
Esa noche arrojé mi móvil por el retrete. Mi madre me llamó al fijo al día siguiente. Me preguntó por qué no respondía al móvil y le dije que lo había perdido. Preguntó que dónde y le dije que en el cine. Me recomendó que lo diera de baja y le respondí que ya lo había hecho. Luego me pidió que le contara la película y que le recordara una receta de cocina. En ningún momento pronunció la palabra morfina ni habló de sus enfermedades. ¿Para qué, si ya no podían escucharnos los servicios secretos? Deduje de todo ello que las líneas fijas son, desde el punto de vista de la inteligencia militar, menos vulnerables que las redes inalámbricas. Y así lo hice constar en mi informe.
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