UN SUEÑO SIN INTERPRETACION
Soñé que compraba en el mercado un cochinillo para agasajar a unos invitados a los que no recuerdo. Al llegar a casa, colocaba al animal sobre mi cama, que extrañamente funcionaba como horno, quizá como parrilla. Estaba entero, de manera que de vez en cuando le daba la vuelta para que se hiciera a la vez por todas las partes. Cuando la piel del cochinillo empezaba a dorarse, el animal salió corriendo de la cama y recorrió la casa dando gritos de dolor. Intenté cogerlo un par de veces, pero además de escurrirse con enorme facilidad, quemaba. La escena sucedía en el piso de arriba, donde se encontraban los dormitorios. En el de abajo, los invitados tomaban un aperitivo acompañados de mi esposa. Qué pensarán, me dije, si escuchan los aullidos del cerdo.
Mientras el animal corría de un extremo al otro del piso como huyendo de sí mismo y llenando la casa de decibelios dolorosos, mi angustia subía de tono. Sufría por los invitados, desde luego, pero también por el cochinillo, cuya piel (o corteza) estaba literalmente abrasada, es decir, churruscante, y por eso mismo enormemente apetitosa. En una de sus enloquecidas carreras, el animal entró en el cuarto de baño y saltó al interior de la bañera. Entonces, tomé instintivamente la ducha y comencé a echarle agua fría por todo el cuerpo, lo que pareció aliviarle, pues dejó de agitarse y de gemir. Gracias a esta tregua, pude recuperar, siempre dentro del sueño, el pensamiento racional. ¿Cómo es posible, me pregunté, que el cochinillo esté vivo si cuando lo traje del mercado estaba completamente vacío, sin vísceras? Pero sobre todo, ¿por qué lo he puesto a asar sobre la cama si la cama no asa?
Disimuladamente, aprovechando que el cochinillo estaba calmado, le pasé la mano libre por debajo y comprobé que estaba abierto y limpio. De modo, le dije, que eres un impostor. El animal me miró como si lo hubiera descubierto. Entonces, le golpeé en la nuca con la alcachofa de la ducha y cayó, muerto, sobre el suelo de la bañera. Recogí el cuerpo, bajé con él a la cocina y lo metí en el horno, donde terminó de hacerse enseguida. A los halagos de mis invitados respondí que el cochinillo lo único que necesitaba para hacerse bien era agua. Al despertarme, anoté el sueño, pero no he logrado interpretarlo.
Soñé que compraba en el mercado un cochinillo para agasajar a unos invitados a los que no recuerdo. Al llegar a casa, colocaba al animal sobre mi cama, que extrañamente funcionaba como horno, quizá como parrilla. Estaba entero, de manera que de vez en cuando le daba la vuelta para que se hiciera a la vez por todas las partes. Cuando la piel del cochinillo empezaba a dorarse, el animal salió corriendo de la cama y recorrió la casa dando gritos de dolor. Intenté cogerlo un par de veces, pero además de escurrirse con enorme facilidad, quemaba. La escena sucedía en el piso de arriba, donde se encontraban los dormitorios. En el de abajo, los invitados tomaban un aperitivo acompañados de mi esposa. Qué pensarán, me dije, si escuchan los aullidos del cerdo.
Mientras el animal corría de un extremo al otro del piso como huyendo de sí mismo y llenando la casa de decibelios dolorosos, mi angustia subía de tono. Sufría por los invitados, desde luego, pero también por el cochinillo, cuya piel (o corteza) estaba literalmente abrasada, es decir, churruscante, y por eso mismo enormemente apetitosa. En una de sus enloquecidas carreras, el animal entró en el cuarto de baño y saltó al interior de la bañera. Entonces, tomé instintivamente la ducha y comencé a echarle agua fría por todo el cuerpo, lo que pareció aliviarle, pues dejó de agitarse y de gemir. Gracias a esta tregua, pude recuperar, siempre dentro del sueño, el pensamiento racional. ¿Cómo es posible, me pregunté, que el cochinillo esté vivo si cuando lo traje del mercado estaba completamente vacío, sin vísceras? Pero sobre todo, ¿por qué lo he puesto a asar sobre la cama si la cama no asa?
Disimuladamente, aprovechando que el cochinillo estaba calmado, le pasé la mano libre por debajo y comprobé que estaba abierto y limpio. De modo, le dije, que eres un impostor. El animal me miró como si lo hubiera descubierto. Entonces, le golpeé en la nuca con la alcachofa de la ducha y cayó, muerto, sobre el suelo de la bañera. Recogí el cuerpo, bajé con él a la cocina y lo metí en el horno, donde terminó de hacerse enseguida. A los halagos de mis invitados respondí que el cochinillo lo único que necesitaba para hacerse bien era agua. Al despertarme, anoté el sueño, pero no he logrado interpretarlo.
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