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dilluns, 2 de gener del 2006

Y él sin enterarse

Y ÉL SIN ENTERARSE

Llamábamos a Alfredo di Stéfano Alfredo Diestéfano. Debemos al jugador el descubrimiento de que algunas palabras se decían de un modo y se escribían de otro. El mundo, en fin, comenzaba a mostrar alguna complejidad. Fue también la época de los efectos ópticos. Había muchos juegos dirigidos a demostrar que el ojo engaña, puesto que entre lo que uno ve y lo que ocurre en la realidad hay con frecuencia una distancia insoportable. Recuerdo una moneda en una de cuyas caras había un pájaro y en la otra una jaula. Haciéndola girar, el pájaro se metía dentro de la jaula. Un día descubrimos al padre de un amigo saliendo de un prostíbulo. Era un tipo excelente, muy bien considerado por los vecinos, pero llevaba una doble vida. Debió ser por entonces cuando descubrimos la expresión doble vida. Doble moral llegó más tarde, en la universidad. Significaba hacer lo contrario de aquello en lo que creías o decías creer.

A mí no me gustaba el fútbol, pero me volvían loco las palabras. Cuando vi en un cromo que Alfredo Diestéfano se escribía Alfredo di Estéfano comprendí que también las palabras tenían una vida doble, a veces triple. Luego resultó que Richard Taylor se decía Teilor y que significaba sastre. Qué curioso que alguien tan famoso tuviera un apellido tan modesto. En mi barrio había un sastre cojo, un teilor cojo, si ustedes lo prefieren, que no tenía ningún glamour. La vida secreta de las palabras, en fin, que además de escribirse de un modo distinto al que se pronunciaban, tenían más prestigio en un idioma que en otro.

Siempre miré a Di Estéfano, que era un ídolo hasta para aquellos a los que no nos gustaba el fútbol, como un sujeto con dos vidas. Habría dado cualquier cosa por conocer la otra, pero no la encontré ni en la colección de cromos ni en aquella película sobre su existencia titulada La saeta rubia. Ahora, que aparece todos los días en el periódico por sus problemas cardíacos, me acuerdo de aquella época y del hallazgo de que las cosas no son como se pronuncian como uno de mis primeros deslumbramientos literarios. Y él sin enterarse. Que vaya todo bien, viejo.

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