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dimarts, 3 de gener del 2006

Escala de valores

ESCALA DE VALORES

Estoy en una oficina cualquiera, guardando cola frente a una ventanilla para llevar a cabo una gestión. Para entretenerme, observo a las personas, tomo noto de sus reacciones, anoto mentalmente sus palabras. Dos mujeres hablan a mis espaldas. Una de ellas dice de súbito en un tono perfectamente inteligible:

-Pero es que ésa es tu escala de valores.

Hacía años que no escuchaba tal expresión, «escala de valores». En mi juventud se usaba mucho. Implicaba que había valores y que estaban jerarquizados. Podías enumerar diez de esos valores, ordenados del primero al último. Nos gustan los decálogos. Hoy, la expresión «escala de valores» está desgastada por el uso. No significa nada. Sólo una persona muy ingenua se atrevería a utilizarla. Disimuladamente, vuelvo la cabeza para localizar a la dueña de la voz. Es una chica como de 20 años. Habla con una mujer de cuarenta y tantos que quizá sea su madre. Dos escalas de valores enfrentadas en el interior de una oficina del Estado, adonde hemos ido para realizar una gestión burocrática.

Al volver la cabeza a su posición original, me llama la atención el lema de un cartel de Unicef colgado de la pared. Dice así: «Envía una tarjeta, salva una vida. De venta aquí.» Intuyo que se trata de tarjetas postales navideñas, los beneficios de cuya venta se dedican a la infancia. Probablemente sea verdad que por el precio de una de esas tarjetas se pueda salvar una vida. Sin embargo, la noticia no nos ha movilizado a ninguno de los que hacemos cola. Ello no quiere decir que, si tuviéramos la oportunidad de salvar una vida en ese instante, no lo hiciéramos, incluso corriendo cierto riesgo. Pero necesitamos, quizá, que sea una vida concreta, con rostro. Eso es lo que pienso. De otro modo, seríamos unos monstruos de no comprar cien o doscientas tarjetas cada uno. Pero nadie las compra. Hay una perversidad, bien en el mensaje, bien en la forma en la que lo recibimos. Finalmente, me llega el turno. El funcionario me informa de que me faltan unos requisitos, así que tendré que volver mañana. Salgo a la calle, hace una hermosa mañana de frío y sol. Durante el resto del día, la expresión «escala de valores» se repite en mi cabeza, como un estribillo.

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