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divendres, 27 de gener del 2006

Hojear

HOJEAR

"Un médico noruego lleva cinco años publicando datos absurdos", rezaba el otro día un titular de este periódico. Fíjense que no decía datos falsos o poco contrastados, sino absurdos, o sea, disparatados, sin sentido. El último era una afirmación según la cual la utilización habitual de antiinflamatorios reducía el riesgo de padecer cáncer de boca. A nadie se le ocurriría, me asegura un médico amigo, recetar una dosis diaria de antiinflamatorios a un fumador para reducir ese riesgo. Frente a esta clase de noticias, cabe pensar dos cosas: o bien que la frontera entre lo absurdo y lo razonable es ya invisible, o bien que nadie leía los trabajos de este señor. Me inclino por las dos explicaciones: no hay frontera y nadie lee.

De hecho, el médico noruego, de nombre Jon Subdo, fue descubierto porque un día de las pasadas navidades, la directora del Instituto Noruego de Salud Pública estaba hojeando perezosamente un número atrasado de la revista donde apareció el artículo absurdo y vio que citaba una base de datos controlada por ella y a la que el noruego no podía haber tenido acceso. Cayó, en fin, por utilizar herramientas ajenas, no por decir tonterías. Si se hubiera inventado la fuente, tampoco habría pasado nada, primero porque no hay nada más probable que lo absurdo y, segundo, porque no vivimos en una sociedad de lectores, sino de hojeadores.

Me piden a veces que hojee libros o revistas y que informe sobre ellos. Cuando digo que para informar necesito leer todo el texto, me miran con piedad, como a un tonto. Nadie lee un libro entero en la actualidad. No hay tiempo, es para ayer, por Dios, ábrelo por tres o cuatro sitios para hacerte una idea. El problema es que los libros siempre se abren por donde no deben, para engañarte. Por eso tienen tanto éxito los antiinflamatorios. Nunca se habían consumido en las cantidades actuales, pese a sus efectos secundarios. Pero es que los efectos secundarios vienen en letra pequeña, como las noticias verdaderamente importantes de los periódicos. La de Jon Subdo, sin embargo, incluía una foto a dos columnas en la que aparecía sonriente, como un autor de teatro en pleno éxito. Era una foto absurda, desde luego, de ahí que pareciera razonable.

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