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divendres, 13 de gener del 2006

Qué confuso es todo

QUÉ CONFUSO ES TODO

Al parecer, el homicida de Correos culpaba a sus compañeros de impedirle librar los días de caza. «Las cacerías eran su obsesión», han dicho sus vecinos a quien quisiera oírlo. Ahora, cuando no tiene remedio, como siempre, nos preguntamos qué controles pasan los vigilantes de seguridad para obtener esa calificación profesional. Mucho nos tememos que ninguna. Los hemos visto allá donde vamos, y los hay gordos y delgados, incluso famélicos, realizando tareas administrativas detrás de los mostradores que hay en los vestíbulos de las empresas. La mayoría, con toda franqueza, no tienen cara ni músculos de seguratas. Dirán ustedes que tampoco Francisco Hernando tiene cara de presidente del Tribunal Supremo, ni se comporta como tal. Pero es que para llegar a ese puesto hay que haber hecho decenas de oposiciones que le dejan a uno el encéfalo como un tarugo. Lo de confundir los idiomas con los bailes regionales es una tontería para lo que podía haber ocurrido.

Los vigilantes de seguridad lo tienen más sencillo. Tan sencillo, que los dos agentes muertos ni siquiera disponían de la autorización que expide el Ministerio del Interior, que es como si va usted a la consulta y le atiende un señor disfrazado de médico, pero que no ha pasado por la facultad. Se da la circunstancia de que el único que disponía la titulación de Interior era el homicida. O sea, que había superado las pruebas, incluso las psicotécnicas. ¿No detectó nadie esa tendencia a la manía persecutoria? ¿No hay modo de olfatear un delirio paranoico? ¿Se puede obtener la licencia de armas, y el título de vigilante de seguridad, sin pasar por serios controles físicos y psíquicos?

Todo son preguntas. Lo cierto es que la noticia de que las dos víctimas mortales carecían de la autorización para ejercer el oficio ha pasado sin pena ni gloria, en letra pequeña, como si se tratara de un asunto menor, de carácter administrativo. Pero esa gente se estaba jugando la vida, en un puesto de mucha responsabilidad, sin preparación ninguna para hacer frente a una emergencia. Claro que a nadie se le iba a ocurrir que el que la provocara fuera precisamente un titulado. Qué confuso es todo.

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