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dilluns, 20 de juny del 2011

Una esponja onírica

UNA ESPONJA ONÍRICA

Viernes. Las autoridades alemanas llegaron a recomendar a los católicos no comulgar, por si la hostia pudiera ser la transmisora de la E. coli. Qué duro, ¿no? A menudo, los temperamentos sensibles se preguntan por qué Dios permite el dolor, por qué el hambre, el crimen, el metacrilato… Cada creyente tiene una buena pregunta para Dios. Salieri no comprendía por qué Dios le había dado más talento a Mozart que a él. Mozart era un idiota, un niño grande, un inconsciente. Salieri era, en cambio, un tipo sensato, algo obsesivo, como todos los tipos sensatos y de comunión diaria. Le gustaba además la música sacra. Si los escritores creyeran en Dios, cada uno le echaría en cara no haber nacido Shakespeare. La ventaja de ser Shakespeare es que eres al mismo tiempo Stephen King. Shakespeare y los escritores lo quieren todo: la fama, la popularidad, la pasta, y hasta la E. coli, para poder contarlo. El caso es que las autoridades alemanas recomendaron no comulgar. Para quien no lo recuerde, la hostia consagrada es literalmente el cuerpo y la sangre de Cristo. Literalmente, insistimos, no a modo de metáfora y demás zarandajas retóricas. Literalmente. Este fue uno de los grandes enigmas de mi vida, que aquel pedazo de pan ácimo (ácimo, una de mis primeras esdrújulas) fuera en realidad un cuerpo, con todas sus extremidades y todas sus vísceras y toda su sangre. Recuerdo habérselo preguntado al cura manoseador más de una vez:

—¿Pero cómo va a ser un cuerpo si la hostia es blanca y pequeña?

—Lo comprenderás cuando la veas con los ojos de la fe.

Nunca tuve tanta fe como para tragarme el misterio, aunque me pasé la infancia comulgando (con ruedas de molino). Y bien, Dios no solo permite el hambre y el metacrilato en el mundo, sino que además, a través de la hostia, transmite una enfermedad intestinal. ¡Dios como bacteria!, ¡qué fuerte! Por fortuna, el consejo de no comulgar se levantó enseguida, porque los científicos echaron la culpa a la soja, creo. En el momento de publicarse estas líneas puede haber cambiado todo de nuevo. La E. coli es astuta y atea como ella sola.

Sábado. Hablando de Dios y de Cristo, resulta que Cotino, actual presidente del Parlamento valenciano, se llevó un Cristo de su casa para jurar el cargo. Fue un acto pintoresco, parecía la obra de teatro de un sacrílego, nos vino a la memoria aquella pieza titulada Me cago en Dios, que tanto revuelo mediático organizó en su día. Lo de Cotino, Camps y demás imputados resultó más blasfemo, si cabe, pero no hubo protestas de los sectores ultrarreligiosos. Ni siquiera el obispado pareció molestarse. El obispado, cuando se molesta, hace un comunicado y todavía lo estamos esperando. ¡Mira que meter a Dios en ese nido de corrupción…!

Domingo. Leo un artículo según el cual se siguen buscando alimentos que adelgacen. Ahora hablan de la “grasa parda”, probada eficazmente en ratones. La “grasa parda” es algo así como la “materia oscura”, que no se ve. El 90 por ciento del universo es materia oscura. Si lográramos que el 90 por ciento de nuestro cuerpo fuera “grasa parda”, seríamos sílfides. Está bien por un lado, pero da lástima por otro. Comer sin engordar es como escribir sin publicar. Cuando hayamos logrado introducir la “grasa parda” en nuestra dieta, nos arrepentiremos, tiempo al tiempo.

Lunes. Ayer me tomé una pastilla para dormir y he soñado que conocía a una mujer con la que me casaba y llevaba una vida paralela a la de la vigilia. No nos faltaba nada de lo que debe tener un matrimonio, incluido un álbum fotográfico que ella ordenaba minuciosamente los sábados por la tarde. Después de desayunar, todavía sugestionado por el sueño, cogí al azar uno de mis álbumes, me puse a hojearlo y cuando había pasado siete u ocho páginas tropecé con la mujer del sueño. Estaba en una fotografía antigua de Venecia en la que aparezco en el Puente de los Suspiros. Detrás de mí, en un segundo plano, pero suficientemente enfocada, aparece esa mujer. Parece una turista americana o así. Misterio.

Martes. Intento soñar de nuevo con mi esposa onírica, pero no me sale y me levanto de la cama triste. Cabizbundo y meditabajo, que decía el otro.

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