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dilluns, 6 de juny del 2011

El espejo de los otros

EL ESPEJO DE LOS OTROS

Martes. En el avión, de regreso a Madrid, observo que mi compañero de asiento se suena las narices y abandona el pañuelo usado en la bolsa de las revistas. Me acuerdo de la madre de una amiga mía que limpia aviones en el aeropuerto y se me ocurre que quizá tropiece con el kleenex sucio. Mi padre decía que nadie piensa en el que viene detrás. Se lo escuché tantas veces que yo solo pienso en el que viene detrás. He dedicado gran parte de mi vida al que venía detrás. Dejo los aseos más limpios de lo que me los encuentro, reciclo las basuras y no pego chicles debajo de las mesas. Me pregunto si alguno de los que han venido detrás de mí habrá valorado este esfuerzo por facilitarle la vida. En esto, mi compañero de asiento va al baño y aprovecho su ausencia para tomar el pañuelo de papel de la bolsa de las revistas e introducirlo dentro de la bolsa de vomitar. Aunque he efectuado la operación de la manera más higiénica posible, utilizando solo la yema de los dedos índice y pulgar, cuando mi compañero de asiento regresa voy al baño a lavarme las manos. Como era previsible, lo ha dejado hecho un desastre, por lo que me afano también en asearlo para el próximo pasajero, para el “que viene detrás”. Después me desinfecto, dentro de un orden, regreso a mi asiento, cierro los ojos y pienso en mi padre. Creo que intentó dejar la vida limpia, para el que venía detrás, que era su hijo, pero no sé si lo logró. La vida es un desastre. Pensando en mi padre y arrullado por el runrún de los motores del avión, me duermo y sueño que soy el perro de Jennifer López. Pertenezco a una de esas razas pequeñas, que caben en un bolso de mano. Jennifer me trata muy bien, se pasa el día manoseándome y se desnuda delante de mí, ignorante de que soy un perro humano. No me deja ni a sol ni a sombra. En los rodajes, dispongo de una caravana para mí solo. También en mi calidad de perro pienso siempre en el que “viene detrás”, de modo que ni ensucio ni araño los muebles. Me despierto al aterrizar, porque el avión toca el suelo con cierta violencia, y no se me quita la sensación perruna hasta que llego a casa.

Miércoles. La primavera ha estallado sin concesiones de ninguna clase. Bullen de un modo exagerado la vida vegetal y animal. En mi pequeño jardín hay una nube de mosquitos que se dispersan cuando me dirijo al estanque, del que saco un pez muerto. Me doy cuenta entonces de que la primavera es también la celebración de la muerte. Mueren más seres de los que salen adelante, pero mueren sin hacer ruido. Todas esas semillas que no germinarán, todos esos huevos de gorrión que no prosperarán, todas esas crías de mirlo que se comerán los gatos… Una vez más, las apariencias nos engañan. Ni la Tierra es plana, ni el Sol da vueltas a su alrededor, ni la primavera es la celebración de la vida.

Jueves. Ceno en casa de un amigo ciego que atraviesa unos momentos difíciles. Pese a la “celebración de la vida” que supone, o creemos que supone, la primavera, a él se le acaba de morir el perro guía que le ha acompañado a lo largo de los 15 últimos años. El animal era casi una extensión de su cuerpo. También los amigos le profesábamos un gran afecto. Mientras me cuenta las circunstancias del fallecimiento, advierto con sorpresa que se fue de este mundo a la misma hora en la que yo, anteayer, soñaba que era el perro de Jennifer López. No digo nada, claro, pero este tipo de coincidencias, cada vez más frecuentes, me perturban. Antes de despedirme, paso por el cuarto de baño y al mirarme en el espejo descubro en mi frente, cerca de la sien derecha, un bulto grande que no me produce dolor alguno. Me quedo preocupado y al llegar a casa voy a vérmelo en mi propio espejo. Ya no está, ha desaparecido. Me pregunto si lo habré imaginado, pero no. Mis ojos todavía conservan la memoria de su forma y mis dedos recuerdan perfectamente su dureza. ¿Habrá cosas que solo se ven en los espejos de los otros? Antes de acostarme descuelgo el teléfono para comprobar si tengo algún mensaje y escucho la voz de una tal Pilar: “Hola, soy Pilar; mañana, donde siempre, pero media hora más tarde”. No conozco a ninguna Pilar.

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