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divendres, 24 de juny del 2011

Misterios de la vida y de la muerte

MISTERIOS DE LA VIDA Y DE LA MUERTE

Jueves. Corro detrás del autobús y lo pierdo. No estoy en forma, no volveré a estarlo nunca más. Ya en mi despacho, frente al ordenador, corro detrás de una idea y la atrapo. Una cosa por otra. El consuelo es la cabeza. ¿En qué consiste estar bien de la cabeza? En recordar y asociar. En abrir el periódico y seguir el relato de la actualidad, aunque no te interese. En comprender que entre la noticia publicada en la página dos y la publicada en la página cuarenta hay un hilo secreto que las une.

Viernes. Resulta que unos investigadores de la Universidad del Sur de California han hecho un ensayo con ratas a las que quitan y devuelven la memoria como el que apaga y enciende una luz. Imagino que los seres humanos dispusiéramos de un interruptor semejante.

—Voy a desconectarme un poco –diríamos en casa, e inmediatamente nos quedaríamos en blanco.

No sabríamos quién es esa señora que tenemos delante ni esos niños, no sabríamos cómo se llega al dormitorio o al cuarto de baño. No sabríamos tampoco quién es ese señor que nos mira desde el espejo. Pasado un rato, un ser querido volvería a activar el interruptor y seríamos de nuevo los de antes. Pero qué descanso ese paréntesis en medio de nosotros mismos, ¿no?

Sábado. Telemadrid, que comete una fechoría tras otra, ha ilustrado con imágenes tomadas de las revueltas griegas una noticia relacionada con el movimiento 15-M. Pillados los responsables con las manos en la masa, han reconocido el “error”, añadiendo que da lo mismo, porque el fondo de la noticia es verdadero. No sabemos si al aludir al fondo de la noticia se refieren al culo de la misma, ignorábamos que las noticias tuvieran boca y ano, pero es lo mismo que si para ilustrar una noticia relacionada con Esperanza Aguirre sacaran en pantalla a doña Rogelia.

Aunque el nivel intelectual sería el mismo, quedaría feo, tendencioso y profundamente antiperiodístico. Por cierto que Carod Rovira acaba de criticar también a los acampados de la plaza de Cataluña, en Barcelona, porque no escriben las pancartas en catalán y porque se indignan en castellano. También les ha dicho que en vez de hacer pis en el parque deberían “mearse” en España. Los indignados, en fin, son blanco de críticas de todos los colores. Si Telemadrid viene a reprocharles que no sean griegos, para adaptarse a la imagen que de ellos tiene la TV de Aguirre, Carod les echa en cara que no sean suficientemente catalanes para ganarse el derecho a protestar (y a mear). Por fortuna, ellos van a lo suyo y el movimiento continúa.

Domingo. Me llama por teléfono el hijo adolescente de unos amigos de toda la vida a los que no veo desde hace tiempo. El chaval me cuenta que sus padres se han separado.

—No sabía nada –digo.

—No se lo han dicho a nadie –dice él.

Conozco a este chico desde que nació, lo he tenido en mis brazos y todo eso. Pero me pregunto para qué me llama.

—Te lo digo –añade como si escuchara mis pensamientos– por si me puedo ir a vivir unos días a tu casa. Es que estoy enfadado con los dos.

Dudo unos instantes, porque me parece que me estoy metiendo en un lío. Al final, digo que sí, claro, que mi casa es la suya y queda en que se presentará en una hora. Pasa esa hora y no llega. Pasan dos y tampoco. Tres y no aparece. Empiezo a preocuparme como si fuera su padre. Como su número de teléfono ha quedado registrado en la pantalla del mío, le llamo varias veces, pero está apagado o fuera de cobertura. No me importa que el móvil esté apagado o fuera de cobertura, pero sí que lo esté el chico. A las dos de la madrugada, cansado de esperar, me voy a la cama, pero duermo mal y sueño que llaman al timbre de la puerta. Al día siguiente, tras intentar localizarlo de nuevo, llamo a su padre. Le cuento lo ocurrido y me dice que no se han separado.

—¿Entonces? –pregunto.

—No tengo ni idea –dice él–, el chico está en su cuarto, durmiendo, porque ayer llegó un poco tarde.

Observo, por el tono de mi amigo, que piensa que me he vuelto loco. Su hijo jamás haría eso.

Quedamos en comer un día y nos despedimos con un abrazo. Misterios de la vida (y de la muerte).

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