GENTE QUE SOBRA
Lo primero que notas al regresar de las vacaciones es que ha aumentado la mendicidad. Lo percibes en el metro, en los semáforos, en las puertas de las cafeterías caras. Ha aumentado la mendicidad, te dices saliendo de la Fnac con las novedades literarias del otoño. Ha aumentado la mendicidad, te repites calle arriba, hacia Callao. Cuatro palabras a las que das vueltas dentro de la boca, mezclándolas con la saliva, intentando extraer de ellas algún significado. Significan que hay más mendigos que cuando te fuiste, hasta ahí llegas. Hay más pobres que le sobran al Estado español al modo en que le sobran los gitanos al francés. Sobran sus estómagos, sus lenguas, sus ojos, sus bocas, sus pulmones, sus culos, sus pollas, sus coños, sus miradas extraviadas, sus palabras, sobran sus piojos.
En el vagón del metro distingues enseguida a los que sobran. Son tres y lo llevan escrito en la frente. Hay otros cuatro o cinco a punto de sobrar. También lo llevan escrito. Los que no sobramos (aún) nos alejamos de ellos por miedo al contagio. Intentas refugiarte en la lectura de las solapas de los libros que acabas de comprar. ¿Pero de quién son los mendigos? Tuyos no (¿por qué entonces ese malestar?). Ni del alcalde (de otro modo no fabricaría bancos imposibles para impedir su descanso). ¿Pertenecen quizá al Ministerio de Interior, al de Igualdad, al de Trabajo, al de Fomento, al de Defensa, al de Sanidad, al de Economía, al de Hacienda? Mientras las estaciones se suceden, repasas ministerio a ministerio y compruebas que no pertenecen a ninguno, ni siquiera al de Justicia, que ya es decir. Tampoco al de la Solidaridad, que ni existe ni se le espera. Ha aumentado la mendicidad, una frase sencilla, impersonal, sin sujeto, como cuando decimos llueve o hace calor. Un suceso atmosférico. La mendicidad como Ciclón de las Azores.
Lo primero que notas al regresar de las vacaciones es que ha aumentado la mendicidad. Lo percibes en el metro, en los semáforos, en las puertas de las cafeterías caras. Ha aumentado la mendicidad, te dices saliendo de la Fnac con las novedades literarias del otoño. Ha aumentado la mendicidad, te repites calle arriba, hacia Callao. Cuatro palabras a las que das vueltas dentro de la boca, mezclándolas con la saliva, intentando extraer de ellas algún significado. Significan que hay más mendigos que cuando te fuiste, hasta ahí llegas. Hay más pobres que le sobran al Estado español al modo en que le sobran los gitanos al francés. Sobran sus estómagos, sus lenguas, sus ojos, sus bocas, sus pulmones, sus culos, sus pollas, sus coños, sus miradas extraviadas, sus palabras, sobran sus piojos.
En el vagón del metro distingues enseguida a los que sobran. Son tres y lo llevan escrito en la frente. Hay otros cuatro o cinco a punto de sobrar. También lo llevan escrito. Los que no sobramos (aún) nos alejamos de ellos por miedo al contagio. Intentas refugiarte en la lectura de las solapas de los libros que acabas de comprar. ¿Pero de quién son los mendigos? Tuyos no (¿por qué entonces ese malestar?). Ni del alcalde (de otro modo no fabricaría bancos imposibles para impedir su descanso). ¿Pertenecen quizá al Ministerio de Interior, al de Igualdad, al de Trabajo, al de Fomento, al de Defensa, al de Sanidad, al de Economía, al de Hacienda? Mientras las estaciones se suceden, repasas ministerio a ministerio y compruebas que no pertenecen a ninguno, ni siquiera al de Justicia, que ya es decir. Tampoco al de la Solidaridad, que ni existe ni se le espera. Ha aumentado la mendicidad, una frase sencilla, impersonal, sin sujeto, como cuando decimos llueve o hace calor. Un suceso atmosférico. La mendicidad como Ciclón de las Azores.
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