ERROR Y HORROR
Lo del ejército de los EE UU con los homosexuales es curioso. Los admite entre sus filas, pero les obliga a ocultar su identidad. Puedes, siendo gay, llegar a general si consigues que todo el mundo te tome por hetero. Lo que quiere decir que debes llevar una vida contraria a tus inclinaciones. Lo más probable es que tengas que casarte con alguien del sexo aparente opuesto (perversión alucinante), tener hijos perfectamente heteros y recibir a los demás generales en tu casa como si tú y tu esposa (o tu esposa y tú) fuerais sexualmente felices. Andando el tiempo, podría darse el caso de que todo el Estado Mayor fuera homosexual, pero que se manifestara, sin embargo, como un Estado Mayor hetero. Para justificar esta medida estupefaciente, los republicanos dicen que de otro modo (con la verdad) se minaría la moral de la tropa.
En otras palabras, que tú enteras de que el soldado que acaba de caer a tu lado, en la trinchera, era gay y te vienes abajo.
-¿Se puede saber por qué has dejado de disparar, soldado? –grita el sargento esquivando las balas del enemigo.
-Es que Richard, antes de expirar, me ha confesado que era homosexual y me quedado sin moral de combate.
¿Qué hace el sargento, que a lo mejor también es gay, en una situación semejante? ¿Cómo aguantar un insulto de ese calibre a su identidad sexual? ¿No sería mejor que los heteros fuesen heteros y los gays gays en unos momentos tan complicados? Después de todo, hay una cosa que les une por encima del sexo: el hecho de ser carne de cañón, o sea, de ser pobres. Si fueran ricos, estarían en un despacho con moqueta, haciéndose la manicura.
En fin, en fin, qué disparatado es todo. Hubo un tiempo, casi con toda seguridad, en el que a los soldados negros, ya ves tú, les prohibían confesar su color. «No nos importa que seas negro», gritaba el capitán, «pero finge que eres blanco». Luego, los generales (sobre todo los generales negros) se dieron cuenta de que aquello era una tontería y las cosas volvieron a su ser. Pero les costó lo suyo, como demuestra la historia de los EE UU. A ver cuánto tardan ahora en salir de su error (y de su horror).
Lo del ejército de los EE UU con los homosexuales es curioso. Los admite entre sus filas, pero les obliga a ocultar su identidad. Puedes, siendo gay, llegar a general si consigues que todo el mundo te tome por hetero. Lo que quiere decir que debes llevar una vida contraria a tus inclinaciones. Lo más probable es que tengas que casarte con alguien del sexo aparente opuesto (perversión alucinante), tener hijos perfectamente heteros y recibir a los demás generales en tu casa como si tú y tu esposa (o tu esposa y tú) fuerais sexualmente felices. Andando el tiempo, podría darse el caso de que todo el Estado Mayor fuera homosexual, pero que se manifestara, sin embargo, como un Estado Mayor hetero. Para justificar esta medida estupefaciente, los republicanos dicen que de otro modo (con la verdad) se minaría la moral de la tropa.
En otras palabras, que tú enteras de que el soldado que acaba de caer a tu lado, en la trinchera, era gay y te vienes abajo.
-¿Se puede saber por qué has dejado de disparar, soldado? –grita el sargento esquivando las balas del enemigo.
-Es que Richard, antes de expirar, me ha confesado que era homosexual y me quedado sin moral de combate.
¿Qué hace el sargento, que a lo mejor también es gay, en una situación semejante? ¿Cómo aguantar un insulto de ese calibre a su identidad sexual? ¿No sería mejor que los heteros fuesen heteros y los gays gays en unos momentos tan complicados? Después de todo, hay una cosa que les une por encima del sexo: el hecho de ser carne de cañón, o sea, de ser pobres. Si fueran ricos, estarían en un despacho con moqueta, haciéndose la manicura.
En fin, en fin, qué disparatado es todo. Hubo un tiempo, casi con toda seguridad, en el que a los soldados negros, ya ves tú, les prohibían confesar su color. «No nos importa que seas negro», gritaba el capitán, «pero finge que eres blanco». Luego, los generales (sobre todo los generales negros) se dieron cuenta de que aquello era una tontería y las cosas volvieron a su ser. Pero les costó lo suyo, como demuestra la historia de los EE UU. A ver cuánto tardan ahora en salir de su error (y de su horror).
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