MEDIA HUELGA
Cuando aquel país alcanzó unas dimensiones que ni su metabolismo ni sus piernas podían sostener, las autoridades decidieron que había que reducir el tamaño de la realidad. Así, el presidente del Gobierno se convirtió en vicepresidente y el jefe de Estado en subjefe de Estado (al tratarse de un rey, recibió el tratamiento de sub- rey, dando lugar a una monarquía sub-real, valga la redundancia). En consonancia con el hecho de que la directora de la Biblioteca Nacional hubiera sido rebajada a jefa de departamento, los generales fueron degradados a coroneles, los coroneles a comandantes y así de forma sucesiva. Los ministros fueron nombrados secretarios de Estado, los secretarios de Estado directores generales, etcétera. Pero la desproporción entre el músculo y las vísceras continuaba siendo intolerable, por lo que las autoridades ordenaron que los consumidores de literatura de calidad se avinieran a leer literatura de masas y los de literatura de masas, relatos pornográficos. Idéntico recorrido tuvieron que llevar a cabo los escritores de los géneros mencionados. Si alguien argumentaba que no convenía aplicar a los generales y a los poetas la misma lógica, el Gobierno (sub-Gobierno ya) respondía que no era momento de establecer distingos ni matices, pues la situación era ciertamente desesperada. Ya veríamos, una vez alcanzado el tamaño previsto, si convenía mantener el volumen de pensamiento anterior a la crisis. En medio de esta confusión mental, de este caos, y sin duda alguna por su causa, los médicos de adultos fueron convertidos en pediatras, los pediatras en veterinarios y los veterinarios en entomólogos. Nada pudo hacerse con los obispos ni con los banqueros, que ostentaban la representación de los dioses. Los sindicatos montaron una huelga general, pero les salió una huelga coronel, o sea, media huelga.
Cuando aquel país alcanzó unas dimensiones que ni su metabolismo ni sus piernas podían sostener, las autoridades decidieron que había que reducir el tamaño de la realidad. Así, el presidente del Gobierno se convirtió en vicepresidente y el jefe de Estado en subjefe de Estado (al tratarse de un rey, recibió el tratamiento de sub- rey, dando lugar a una monarquía sub-real, valga la redundancia). En consonancia con el hecho de que la directora de la Biblioteca Nacional hubiera sido rebajada a jefa de departamento, los generales fueron degradados a coroneles, los coroneles a comandantes y así de forma sucesiva. Los ministros fueron nombrados secretarios de Estado, los secretarios de Estado directores generales, etcétera. Pero la desproporción entre el músculo y las vísceras continuaba siendo intolerable, por lo que las autoridades ordenaron que los consumidores de literatura de calidad se avinieran a leer literatura de masas y los de literatura de masas, relatos pornográficos. Idéntico recorrido tuvieron que llevar a cabo los escritores de los géneros mencionados. Si alguien argumentaba que no convenía aplicar a los generales y a los poetas la misma lógica, el Gobierno (sub-Gobierno ya) respondía que no era momento de establecer distingos ni matices, pues la situación era ciertamente desesperada. Ya veríamos, una vez alcanzado el tamaño previsto, si convenía mantener el volumen de pensamiento anterior a la crisis. En medio de esta confusión mental, de este caos, y sin duda alguna por su causa, los médicos de adultos fueron convertidos en pediatras, los pediatras en veterinarios y los veterinarios en entomólogos. Nada pudo hacerse con los obispos ni con los banqueros, que ostentaban la representación de los dioses. Los sindicatos montaron una huelga general, pero les salió una huelga coronel, o sea, media huelga.
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