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divendres, 14 de maig del 2010

Lanzar cohetes

LANZAR COHETES

Una cosa es que el tumor del Rey no fuera cancerígeno, de lo que nos alegramos, y otra que fuera magnífico, que es como lo han tratado algunos medios y no pocos comentaristas. Si uno acabara de aterrizar en la Tierra, procedente de Marte, habría pensado que al Rey le había salido en el pulmón algo estupendo, cuando no directamente milagroso. ¿Cómo explicar, si no, que estuviéramos todos tan contentos, incluida su familia, que, más que a visitar a un enfermo, daba la impresión de ir a ver a alguien a quien le acababa de tocar la lotería?

Tenemos una tendencia increíble a pasarnos de la raya. Un miembro del equipo médico, tratando de magnificar el proceso de recuperación del monarca, se hizo un lío y vino a decir en rueda de prensa que si el trabajo de Juan Carlos consistiera en abrir zanjas, quizá tardara un poco en darle el alta, pero que para lo que tenía que hacer, que no era más que bajar unas escaleritas y pasar un ratito o dos en el despacho, estaría listo enseguida. Los periodistas que cubrían el acto soltaron, al unísono, una carcajada. Y es que tampoco es eso, hombre, ni siquiera echándole al asunto mucha pasión republicana. A veces, pretendiendo halagar a alguien en exceso se termina insultándole, por aquello de que los extremos se tocan. Si el Rey, debido a los efectos de la anestesia, hubiera tardado un poco en recuperar la memoria, habría pensado, a la vista de las manifestaciones de júbilo, que le habían encontrado en el pulmón un diamante de 18 kilates.

Pues no, mire usted, era un tumor, un tumor benigno, de acuerdo, pero no magnífico, ni envidiable, ni admirable, ni bello, ni agraciado, ni siquiera majestuoso, pese a venir de quien venía. De hecho, la biopsia emplea, para describirlo, unas palabras feísimas. Ahí van: «Nódulo pulmonar de origen inflamatorio crónico granulomatoso». ¿A qué viene, pues, que todo el mundo, incluso el enfermo, salga riéndose en las fotos? Hágame caso, Majestad, dése usted de baja, coja una buena novela policíaca (o el mando a distancia de la tele, lo que más le guste), y métase unos días en la cama. Lo que le ha ocurrido, créame, tampoco es como para lanzar cohetes. Y deje el tabaco.

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