ATENCIÓN AL FONDO
A veces, aunque cada vez menos, se distingue entre el espíritu y la letra de la ley para explicar que ambas cosas no siempre coinciden. La letra puede ir por un sitio y el espíritu por otro. Cuando esto sucede, debe atenderse a lo que pretende el espíritu, y no a lo que predica la letra. La literalidad provoca estragos. Si alguien nos dice, por ejemplo, que desea hacerse un collar con las perlas de nuestra boca, no deberíamos entender que nos va dejar sin dientes. Lo que cuenta es la intención y no el significado entendido al pie de la letra. Muchas madres, al tiempo que acarician a sus hijos, les dicen: «Pero qué bobo eres». Ese bobo es un piropo, claro. Mi padre, que llegaba tarde a casa porque trabajaba muchas horas, apenas dejarse caer sobre el sofá exclamaba: «Estoy muerto». Ni en mi más tierna infancia entendí que había expirado. Si todos los que dicen de sí que están muertos de cansancio hubieran fallecido de verdad, el mundo sería un Halloween continuo.
Viene todo esto a cuento de Garzón, al que parece que pretenden aplicarle la letra de la ley más que su espíritu. Ningún legislador en su sano juicio dictaría una norma por la que se pudiera perseguir al que hace justicia a instancias de quien mata o roba. Es un disparate. Es como si una víctima de ETA fuera llevada a juicio por una denuncia de la banda. Quizá pudiera hacerse, no sé, interpretando la ley al pie de la letra, pero jamás desde su espíritu. La banda armada de Franco produjo en este país más muertos y desaparecidos de los que podemos imaginar. Quienes impulsan la investigación de esos crímenes no pueden ser tratados como delincuentes. Quizá lo diga la letra de la ley, pero no su espíritu. Atendamos, pues, a lo que señala este último.
¿Se puede prevaricar ateniéndose escrupulosamente a lo que dice la ley? Es evidente que sí. De hecho, deber de ser el modo de prevaricación más frecuente. Esta lucha entre el espíritu y la letra constituye una metáfora (con perdón) de la historia del ser humano. Si en la vida cotidiana nos empeñamos en distinguir continuamente entre la forma y el fondo de las cosas, es porque intuimos que no siempre coinciden. Pero en caso de duda, atendemos al fondo.
A veces, aunque cada vez menos, se distingue entre el espíritu y la letra de la ley para explicar que ambas cosas no siempre coinciden. La letra puede ir por un sitio y el espíritu por otro. Cuando esto sucede, debe atenderse a lo que pretende el espíritu, y no a lo que predica la letra. La literalidad provoca estragos. Si alguien nos dice, por ejemplo, que desea hacerse un collar con las perlas de nuestra boca, no deberíamos entender que nos va dejar sin dientes. Lo que cuenta es la intención y no el significado entendido al pie de la letra. Muchas madres, al tiempo que acarician a sus hijos, les dicen: «Pero qué bobo eres». Ese bobo es un piropo, claro. Mi padre, que llegaba tarde a casa porque trabajaba muchas horas, apenas dejarse caer sobre el sofá exclamaba: «Estoy muerto». Ni en mi más tierna infancia entendí que había expirado. Si todos los que dicen de sí que están muertos de cansancio hubieran fallecido de verdad, el mundo sería un Halloween continuo.
Viene todo esto a cuento de Garzón, al que parece que pretenden aplicarle la letra de la ley más que su espíritu. Ningún legislador en su sano juicio dictaría una norma por la que se pudiera perseguir al que hace justicia a instancias de quien mata o roba. Es un disparate. Es como si una víctima de ETA fuera llevada a juicio por una denuncia de la banda. Quizá pudiera hacerse, no sé, interpretando la ley al pie de la letra, pero jamás desde su espíritu. La banda armada de Franco produjo en este país más muertos y desaparecidos de los que podemos imaginar. Quienes impulsan la investigación de esos crímenes no pueden ser tratados como delincuentes. Quizá lo diga la letra de la ley, pero no su espíritu. Atendamos, pues, a lo que señala este último.
¿Se puede prevaricar ateniéndose escrupulosamente a lo que dice la ley? Es evidente que sí. De hecho, deber de ser el modo de prevaricación más frecuente. Esta lucha entre el espíritu y la letra constituye una metáfora (con perdón) de la historia del ser humano. Si en la vida cotidiana nos empeñamos en distinguir continuamente entre la forma y el fondo de las cosas, es porque intuimos que no siempre coinciden. Pero en caso de duda, atendemos al fondo.
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