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divendres, 7 d’octubre del 2011

¡Viva la prensa esotérica!

¡VIVA LA PRENSA ESOTÉRICA!

Jueves. Me levanto de la cama, enchufo la radio y resulta que el Gobierno acaba de decidir no privatizar el 30 por ciento de los sueños, tal como se había decidido en un consejo de ministros. Trato de imaginar ese consejo. Habla el responsable de Hacienda:

—Si sacáramos a Bolsa el 30 por ciento de los sueños de los españoles, obtendríamos 7.000 millones de euros.

—Adelante –dirían todos al unísono.

Una vez tomada la decisión, se emprendió una campaña de publicidad costosísima en la que se venía a decir eso, que a partir de una fecha podríamos adquirir una porción de nuestros propios sueños y jugar con ellos en la Bolsa. La campaña era en sí misma delirante, pues reducía las aspiraciones del ser humano a la obtención de un dinero fácil, de casino. Era también un poco indecente para los tiempos que corren, para cualquier tiempo en realidad, pero no nos pongamos puritanos con la que está cayendo. El caso es que las Loterías Nacionales del Estado siguen en manos del Estado porque los inversores no parecían dispuestos a pagar por sus propios sueños lo que valían. Este año, la compra ritual del décimo de Navidad tendrá algo de pesadilla, pues estaremos adquiriendo por el precio de siempre un producto, onírico o no, rechazado por la Bolsa, que es la que manda.

Viernes. Voy a ver El árbol de la vida, la película de Terrence Malick que se llevó la Palma de Oro en Cannes y en torno a la cual se ha generado un fenómeno de marketing viral espontáneo que ha hecho de ella, misteriosamente, una de esas películas que hay que ver. Pregunto a un productor de cine cómo se logra crear esa necesidad y dice que no tiene ni idea, que si lo supieran repetirían la jugada. Ocurre con las películas como con los libros, que no se sabe por qué funcionan o dejan de funcionar. La fórmula del éxito es tan secreta como la de la Coca-Cola, solo que no está escondida en ninguna caja fuerte. La película dura 138 minutos, a lo largo de los cuales da tiempo a todo: a echar una cabezada, a repasar mentalmente la lista de la compra, a ensayar cómo le vas a dar a tu hijo la noticia de que estás a punto de quedarte en el paro… También da tiempo a disfrutar del filme, pues te conmueve lo cojas donde lo cojas. Quiere decirse que sus casi dos horas y media son geniales sin interrupción y sentimentales sin interrupción y costumbristas sin interrupción y místicas sin interrupción y de vanguardia sin interrupción. Lo tienen todo. Por si fuera poco, logra establecer un puente entre lo macro y lo micro, entre la creación del mundo y la vida cotidiana de una familia media americana, porque los extremos se tocan, que es a lo que íbamos. Al final, cuando sales del cine, no sabes si El árbol de la vida te ha gustado o no y lo bueno es que tampoco te interesa averiguarlo.

—¿Qué te ha parecido? –le preguntaba, ya en la puerta, una chica a su novio.

—Ni lo sé ni me importa –respondió él sin agresividad.

En Estados Unidos, para potenciar la campaña de marketing viral espontáneo generada en torno al filme de C, te devuelven el importe de la entrada si no te ha gustado. Chicos listos.

Sábado. Abro el periódico e, intentando evitar las noticias fuertes, que me dan dolor de cabeza, me interno en las zonas blandas, donde leo que acaba de salir una aplicación informática de gran éxito que permite averiguar si tu hijo es gay. Si yo supiera algo de informática, sacaría inmediatamente otra aplicación que sirviera para averiguar si tu padre es gilipollas. Aunque, bien pensado, para detectar esto bastaría con saber si tu padre se ha bajado la aplicación anterior. Regreso al quiosco de prensa y digo que no me ha gustado el periódico y que se lo metan por donde les quepa. El quiosquero, que conoce mis prontos, acepta la devolución y me entrega a cambio una revista esotérica donde me entero del caso de un tipo que es tonto en español y genio en francés, como suena. Vive en Burdeos y es bilingüe porque su padre procede de Soria y su madre de Marsella. Cuando piensa en español se comporta como un idiota, mientras que cuando piensa en francés es un superdotado. ¡Viva la prensa esotérica!

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