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divendres, 21 d’octubre del 2011

Qué me dicen de la realidad

QUÉ ME DICEN DE LA REALIDAD

Martes. Al poco de establecer amistad con alguien, mi amigo Ricardo comenzaba a imaginar su muerte. Le gustaba recrear su dolor frente a aquella situación hipotética. Disfrutaba viéndose en el tanatorio, junto al cadáver de su amigo, dando consuelo a los familiares del difunto, pronunciando para ellos frases de ánimo, recordándoles las virtudes del fallecido, que a veces, como sucede en los funerales, exageraba un poco. Luego recreaba también los meses de duelo provocados por la pérdida y la salida paulatina del luto, el olvido. Sus fantasías mortuorias alcanzaban tal intensidad que terminaba por distanciarse del amigo supuestamente fallecido, ya que en su interior había muerto de verdad. Esto le obligaba a frecuentar nuevos ambientes en los que reponer las amistades extintas.

Un día, se enamoró de una mujer a la que tardó en matar un año, mucho tiempo para sus hábitos. La pérdida imaginaria de esta novia fue especialmente dolorosa porque la quería con locura y porque imaginó para ella un final horroroso, que no viene a cuento detallar ahora. Terminado el duelo imaginario, no se atrevió a romper con la mujer real, la que continuaba viva, porque había intimado mucho con su familia y había comprado un piso en el que acabaron viviendo juntos. Esa mezcla de inversiones sentimentales y económicas lo mantuvo atado a una persona que para él, de manera fantástica, estaba fallecida. Pasado el tiempo, tuvieron un niño muy débil, medio muerto podríamos decir, que para mi amigo era el fruto lógico de aquel ayuntamiento entre un hombre vivo y un cadáver. Cuando el niño tenía doce o trece años, fue ella quien pidió el divorcio a Ricardo utilizando, a modo de justificación, esta frase:

—Es que tú para mí has muerto.

¡Qué ironía! Todo esto me lo contó Ricardo ayer, en el funeral de un antiguo compañero de estudios. Volví a casa perplejo. Crees que conoces a las personas y ya ves.

Miércoles. Mi psicoanalista dice que mis dificultades con el sueño se deben a que duermo en “estado de alerta”, como si fuera a ocurrir durante la noche algo para lo que debo estar preparado. No había caído, pero lleva razón (siempre lleva razón). Durante una temporada, en el primer apartamento en el que viví solo, daba por supuesto que una noche u otra entrarían los ladrones. Me compré un puñal falso, de esos que incluyen una mancha de sangre, que me colocaba en el pecho cuando escuchaba el menor ruido, fingiendo haber sido asesinado. Suponía que si los cacos, al entrar en casa, se encontraban con semejante espectáculo, huirían despavoridos. No llegué a utilizarlo porque nunca entraron, pero creo que fue entonces cuando comenzaron mis problemas con el sueño. Ahora no temo a los ladrones, sino a los fantasmas. Quiere decirse que he evolucionado, soy más espiritual. La amenaza actual es de carácter metafísico, por lo que jamás se concreta en algo que me ayude a descansar. El problema no es que duerma en estado de alerta, como las matronas, sino que vivo también en estado de alerta, como los espías. Cuando suena el teléfono, me sobresalto porque estoy convencido de que esta vez sí, por fin, suena para darme una noticia de esas que llevamos esperando toda la vida. La de que Dios existe, por ejemplo. Imagino que al descolgar el aparato y decir diga, oigo al otro lado:

—Soy César Alierta y le llamo para comunicarle que Dios existe.

Lo de César Alierta es un ejemplo, pero serviría también Emilio Botín o Isidoro Álvarez, cualquier persona, en fin, que pertenezca a una dimensión de la realidad inalcanzable para mí.

—Hola, soy Amancio Ortega y estoy en disposición de asegurarle que Dios existe.

Dado que las posibilidades de que me llame el dueño de Zara son tan remotas, si eso ocurriera, caería de rodillas, como Pablo de Tarso, y me volvería creyente. ¿Es o no es como para vivir en estado de alerta?

Jueves. Parece que Rajoy y Rubalcaba mantendrán un único debate público por la tele, pese a los deseos agudísimos de ambos de mantener dos. Yo no estoy muy bien de la cabeza, de acuerdo, pero qué me dicen de la realidad.

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