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dimarts, 9 d’agost del 2011

El reino de la información

EL REINO DE LA INFORMACIÓN

Las noticias absurdas no tienen, en principio, menos calidad de noticia que las noticias lógicas. De hecho, el grado de noticiosidad de un suceso es directamente proporcional a la cantidad de absurdo que contenga. De ahí la máxima periodística del hombre que muerde al perro y todo eso. Quiere decirse que el reino de la información debería ser el del desatino, y en cierto modo lo es. El hecho de que un hombre muerda a un perro, sobre todo si es un dóberman, contiene cierta gracia, incluso cierto grado de justicia poética (o prosística, ahora no caigo), pero que un contribuyente asesine a su madre y se meta en la cama con su padre, aun resultando excepcional (lo normal es lo contrario), pone los pelos de punta al lector de prensa escrita más avezado que quepa imaginar. Viva el absurdo, pues.

Cuando uno llega al quiosco a las siete de la mañana, paga un euro y pico para que le informen sobre la realidad, especialmente sobre la realidad deforme (sobre los hombres que muerden a los perros). Con la realidad formal tropezamos hasta en la sopa, o hasta en la ensaladilla rusa, como prefieran. No nos cuenten ustedes, pues, cómo es nuestro jefe de departamento, ni cómo es nuestro cuñado. Al primero lo vemos todos los días del invierno y al segundo lo sufrimos a lo largo del verano (hemos alquilado el apartamento de la playa con él). Háblennos, en fin, de cosas excitantes. No nos expliquen cómo funcional los semáforos, de los que tenemos más información de la que necesitamos, ni de que acaba de nacer un niño con cuatro extremidades. La mayoría de los recién nacidos tienen cuatro extremidades. Nos conmueven los bebés con cuatro brazos, o con tres piernas, como el gato del refrán. De ahí el interés que despiertan las cármenes lomanas y cía., que son capaces de ganarse la vida sin cerebro.

Ahora bien, una cosa son las noticias absurdas y otra muy distinta las incomprensibles. Es cruel llenar un periódico entero a base de la deuda soberana de los EE UU. Si los editorialistas no son capaces de explicar la relación entre esa deuda y el precio de la sombrilla en Benidorm (y parece que no), que se dediquen a otra cosa. Hemos renunciado a entender el mundo. Pero que al menos nos hagan gracia sus sucesos.

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