NOS ESTAMOS PASANDO
Cómo reaccionaría usted si fuera director de personal o de recursos humanos de una empresa en la que la gente se suicidara como el que se toma una cerveza? Es lo que ocurre en France Télécom, donde los empleados se tiran por las ventanas, se hacen el harakiri o se meten sobredosis de barbitúricos con una naturalidad que pertenece más al mundo de los sueños que al territorio de la vigilia. En el último año han muerto 23 sin que las autoridades hayan decidido cerrar sus instalaciones para detener la sangría. Ahora parece que van a abrir una investigación, pero usted y yo sabemos lo que significa abrir investigaciones. Cuando tengan listas las conclusiones, nuestra atención informativa estará en otro sitio, pues consumimos noticias como el que consume música: a cien por hora (lo digo porque tengo un vecino que acelera a Mozart porque sus piezas le parecen largas y lentas para los tiempos que corren; el resultado es sobrecogedor).
Y bien, me tumbo en el sofá después de comer e imagino que soy el jefe de personal de France Télécom. Acabo de llegar a casa después de una jornada de trabajo.
–¿Cuánta gente se te ha suicidado hoy, querido? –pregunta mi mujer (en francés, como es de suponer).
–Dos chicas jóvenes interinas y un tipo al que estábamos a punto de prejubilar. Poca cosa.
Mi mujer lo ha preguntado con preocupación porque sabe que el sobre de fin de año depende de los muertos que sea capaz de poner sobre la mesa en Navidades. A un jefe de personal al que sólo se le matan ocho o diez empleados, lo despachan con una gratificación de mil euros. Y mil euros son una basura cuando se sale a cenar todos los sábados y se paga un hipoteca de un millón. De modo que me acuesto preocupado por el bajo índice de suicidios e imagino nuevas formas de torturar al personal para que le cojan asco a la vida. Increíblemente, dándole vueltas a esta idea me entra el sueño, me duermo y enseguida me despiertan los remordimientos. Quiere decirse que los sueños comienzan a ser más sensatos que la vigilia, quizá más realistas. Creo que nos estamos pasando todos, no sólo los de France Télécom.
Cómo reaccionaría usted si fuera director de personal o de recursos humanos de una empresa en la que la gente se suicidara como el que se toma una cerveza? Es lo que ocurre en France Télécom, donde los empleados se tiran por las ventanas, se hacen el harakiri o se meten sobredosis de barbitúricos con una naturalidad que pertenece más al mundo de los sueños que al territorio de la vigilia. En el último año han muerto 23 sin que las autoridades hayan decidido cerrar sus instalaciones para detener la sangría. Ahora parece que van a abrir una investigación, pero usted y yo sabemos lo que significa abrir investigaciones. Cuando tengan listas las conclusiones, nuestra atención informativa estará en otro sitio, pues consumimos noticias como el que consume música: a cien por hora (lo digo porque tengo un vecino que acelera a Mozart porque sus piezas le parecen largas y lentas para los tiempos que corren; el resultado es sobrecogedor).
Y bien, me tumbo en el sofá después de comer e imagino que soy el jefe de personal de France Télécom. Acabo de llegar a casa después de una jornada de trabajo.
–¿Cuánta gente se te ha suicidado hoy, querido? –pregunta mi mujer (en francés, como es de suponer).
–Dos chicas jóvenes interinas y un tipo al que estábamos a punto de prejubilar. Poca cosa.
Mi mujer lo ha preguntado con preocupación porque sabe que el sobre de fin de año depende de los muertos que sea capaz de poner sobre la mesa en Navidades. A un jefe de personal al que sólo se le matan ocho o diez empleados, lo despachan con una gratificación de mil euros. Y mil euros son una basura cuando se sale a cenar todos los sábados y se paga un hipoteca de un millón. De modo que me acuesto preocupado por el bajo índice de suicidios e imagino nuevas formas de torturar al personal para que le cojan asco a la vida. Increíblemente, dándole vueltas a esta idea me entra el sueño, me duermo y enseguida me despiertan los remordimientos. Quiere decirse que los sueños comienzan a ser más sensatos que la vigilia, quizá más realistas. Creo que nos estamos pasando todos, no sólo los de France Télécom.
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