ASÍ EMPIEZAN LAS REVOLUCIONES
Si usted se había preguntado por qué su banco le cobraba comisión hasta por respirar, ahí lo tiene: para pagar las jubilaciones anticipadas de ejecutivos como José Ignacio Goirigolzarri, de 55 años de edad, y consejero delegado hasta hace unos días del BBVA. El hombre se va a casa con una cantidad de dinero en el bolsillo con la que usted y yo podríamos vivir 18 ó 20 vidas, quizá más. Goirigolzarri sólo tiene una, como todos, pero se trata de una vida despiadada, tiránica, brutal, violenta, impía, una vida que no se llena con nada, una hucha sin fondo, un agujero negro que devora todo lo que cae en su interior, incluida la luz. Goirigolzarri sale a la calle y el día se oscurece porque en torno a él empiezan a suceder sucesos paranormales que sólo se combaten con euros. Y no con mil ni con cien mil, ni con un millón de euros. Hay que echarle los millones a paladas porque nada calma la ansiedad de esa vida construida a base de materia oscura.
Goirigolzarri, también al contrario que la mayoría de la gente, se jubila a una edad estupenda. Yo, a los 55 años, estaba hecho un chaval. Si hubiera tenido un yate, lo habría disfrutado como un niño. Si hubiera tenido un avión privado, no habría dejado de ir de acá para allá. Si hubiera tenido tiempo, habría escrito una obra de teatro. Pero estaba muy ocupado ganándome la vida (y en ello sigo, dita sea). No sabemos a qué dedicará ahora Goirigolzarri el tiempo libre. Le deseamos que no se aburra, porque hasta los yates y los aviones privados cansan. Por nuestra parte, cada vez que el cajero automático nos cobre unos euros de comisión, los daremos por bien empleados porque el mundo (y la banca especialmente) está lleno de goirigolzarris, con vocación de aspiradoras, que necesitan succionar pasta durante las 24 horas del día. Ahí va la nuestra, amigos. Y va por partida doble porque cuando el banco del que usted se jubila en la flor de la vida tiene problemas, el Gobierno le echa una mano con nuestros impuestos. Los damos por bien empleados, dicho queda. Sólo nos preocupa que a Goirigolzarri le paguen también el paro, por si no le llega y porque tiene derecho a él, como cualquier español que se queda en la calle. Así empiezan las revoluciones.
Si usted se había preguntado por qué su banco le cobraba comisión hasta por respirar, ahí lo tiene: para pagar las jubilaciones anticipadas de ejecutivos como José Ignacio Goirigolzarri, de 55 años de edad, y consejero delegado hasta hace unos días del BBVA. El hombre se va a casa con una cantidad de dinero en el bolsillo con la que usted y yo podríamos vivir 18 ó 20 vidas, quizá más. Goirigolzarri sólo tiene una, como todos, pero se trata de una vida despiadada, tiránica, brutal, violenta, impía, una vida que no se llena con nada, una hucha sin fondo, un agujero negro que devora todo lo que cae en su interior, incluida la luz. Goirigolzarri sale a la calle y el día se oscurece porque en torno a él empiezan a suceder sucesos paranormales que sólo se combaten con euros. Y no con mil ni con cien mil, ni con un millón de euros. Hay que echarle los millones a paladas porque nada calma la ansiedad de esa vida construida a base de materia oscura.
Goirigolzarri, también al contrario que la mayoría de la gente, se jubila a una edad estupenda. Yo, a los 55 años, estaba hecho un chaval. Si hubiera tenido un yate, lo habría disfrutado como un niño. Si hubiera tenido un avión privado, no habría dejado de ir de acá para allá. Si hubiera tenido tiempo, habría escrito una obra de teatro. Pero estaba muy ocupado ganándome la vida (y en ello sigo, dita sea). No sabemos a qué dedicará ahora Goirigolzarri el tiempo libre. Le deseamos que no se aburra, porque hasta los yates y los aviones privados cansan. Por nuestra parte, cada vez que el cajero automático nos cobre unos euros de comisión, los daremos por bien empleados porque el mundo (y la banca especialmente) está lleno de goirigolzarris, con vocación de aspiradoras, que necesitan succionar pasta durante las 24 horas del día. Ahí va la nuestra, amigos. Y va por partida doble porque cuando el banco del que usted se jubila en la flor de la vida tiene problemas, el Gobierno le echa una mano con nuestros impuestos. Los damos por bien empleados, dicho queda. Sólo nos preocupa que a Goirigolzarri le paguen también el paro, por si no le llega y porque tiene derecho a él, como cualquier español que se queda en la calle. Así empiezan las revoluciones.
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