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dimecres, 18 de febrer del 2009

Qué pena de todo

QUÉ PENA DE TODO

El otro día leí en el periódico la historia de una pequeña empresa familiar dedicada a la fabricación de billetes falsos de 50 euros. No producían muchos, sólo los necesarios para ir tirando. Además del matrimonio, la empresa estaba compuesta por los dos hijos de éste y las dos nueras. Todos vivían modestamente, en pisitos de clase media. Nada de lujos o de extravagancias, nada de caprichos. Trabajaban con una impresora del montón, pero el cabeza de familia había logrado dar con un papel cuya textura era semejante a la del papel moneda. Los billetes, tras su fabricación, eran sometidos a un proceso de envejecimiento que los dejaba como nuevos (valga la paradoja). La empresa familiar funcionaba sin problemas desde el año 2002.

El colocado de los billetes falsos corría a cargo de los hijos y sus mujeres. Por las mañanas, se montaban en sus utilitarios desplazándose a localidades alejadas de su lugar de residencia (Valencia). Elegían establecimientos modestos, de los que no cuentan con detectores, donde adquirían productos de escaso valor, para obtener el cambio. Así, en una gasolinera podían comprar unos chicles y una botella de agua; en una mercería, unos carretes de hilo; en un estanco, un paquete de tabaco. Limpiaban el dinero, pues, sin necesidad de irse a Andorra o de montar complicadas sociedades instrumentales. Tras su jornada de trabajo, volvían a casa, donde se ocupaban de las labores familiares. Sus vecinos decían que eran personas normales, no al modo de los asesinos normales, sino a la manera sencilla de quien no mata a nadie ni pone la música a todo volumen.

Casi da pena que los hayan detenido después de tantos años. Siente uno cierta piedad por ellos. En los últimos tiempos han hecho más daño a la economía los que traficaban con dinero verdadero que los que movían dinero falso. Pero los que traficaban con dinero de verdad están casi todos en la calle. Quiere decirse que se puede ser mejor persona siendo malo que siendo bueno. Curiosa contradicción. Tras leer la noticia, me pareció que había leído en realidad un relato de Simenon, quizá por la atmósfera menesterosa de esa familia. Tal vez por su ambigüedad moral. Qué pena de todo.

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