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dimarts, 7 de febrer del 2006

Habitaciones

HABITACIONES

Una mujer pobre, objeto de un reportaje en una publicación dominical, confiesa al periodista que su mayor deseo, ahora que ya tiene una chabola, sería hacer tabiques, para convertir en habitaciones lo que le parece un espacio informe. En la misma revista, o quizá en la de al lado, veo un reportaje sobre la casa de un actor famoso: ha echado abajo todos los tabiques, creando espacios abiertos. La tendencia actual es la de los espacios abiertos. Las habitaciones empiezan a ser una vulgaridad, cuando no la representación de una mente estrecha, excesivamente compartimentada, dividida. Las propuestas de las revistas de decoración pasan por unir lo que antes estaba separado. Hace poco visité la casa de campo de un amigo, construida sobre un antiguo establo. Me dio la impresión de entrar en un auditorio. Casi no había horizonte sobre el que descansar la vista. No digo que no me gustara, pero me desconcertó.

-¿Dónde están las habitaciones? -pregunté.

Estaban escondidas, ocultas. A mi amigo le daba vergüenza tener habitaciones. Imaginé un test de una sola pregunta para reconocer si uno tiene alma de pobre o de rico: «¿Prefiere usted un piso con tres habitaciones o una habitación que sea la suma de las tres?» Me di cuenta, al responder, de que tengo mentalidad de pobre. Me gustan las habitaciones, incluso las celdas (las de los conventos, no las de las cárceles). Me gustan las puertas, que unen y separan a la vez lo privado de lo público, incluso lo público de lo íntimo. Me pareció un error arquitectónico sacrificar el pasillo, porque tenía una carga simbólica que no ha sido sustituida por ningún otro invento espacial.

Por todo ello, me identifiqué con la respuesta de la mujer pobre, que no está al tanto de las nuevas tendencias decorativas. Comprendo que en los apartamentos de 40 metros, en los que la mayoría de la gente se ve obligada a vivir, la cocina y el salón compartan el mismo espacio. Pero donde esté una cocina independiente, por favor, que se quite ese engendro. Tirar tabiques no siempre es un síntoma de liberación. Puede serlo de pánico a la soledad, a la independencia, al aislamiento.

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