UN CHUPITO DE PACHARÁN
En la mesa de al lado, dos mujeres de mediana edad toman chocolate con churros mientras yo doy cuenta de mi gin tonic de media tarde. Hoy me siento especialmente legitimado para beber porque Ana María Matute, al recibir el Cervantes, ha cantado las virtudes del gin tonic frente a las lacras del güisqui (demasiado «barroco» para su gusto). «La ginebra, ha añadido, es lúcida». Me identifico con Ana María. El segundo sorbo me ha «colocado», de modo que me pongo a escuchar sin problemas la conversación de las dos mujeres, a ver qué saco.
—Tú, cuando haces pis por las noches, ¿enciendes la luz del cuarto de baño? —pregunta una.
—A veces sí y a veces no —responde la otra.
—Eso no es una respuesta —añade la una deteniendo un churro en el aire.
—¿Quieres decir que son dos respuestas?
—Quiero decir que mientes porque o enciendes o no enciendes la luz. Los seres humanos somos animales de costumbres y hacemos siempre lo mismo.
—Está bien, no la enciendo.
—¿Lo haces todo a oscuras?
—Sí, ¿qué pasa?
—¿No tienes miedo de que salga una mano de detrás de la cortina de la ducha y te coja por el cuello?
—¿Qué clase de mano?
—La de una mujer muerta, por ejemplo.
No se me había ocurrido, francamente. La conversación, que a primera vista puede parecer banal, sobre todo a palo seco (sin gin tonic o sin chocolate sin churros), me hace reflexionar. Yo siempre enciendo la luz del baño cuando me levanto a hacer pis por las noches, y justamente por lo que dice una de las mujeres de la mesa de al lado (la más sensata, sin duda), porque de otro modo podría salir de detrás de la cortina de la ducha la mano de un cadáver.
—¿Y si nos tomamos un chupito para bajar el chocolate? —dice entonces la mujer que hace pis en la oscuridad.
—Vale —dice la que lo hace con la luz encendida—, pero de pacharán, que aquí tienen uno muy bueno.
A fin de mantenerme lúcido, pido otro gin tonic.
En la mesa de al lado, dos mujeres de mediana edad toman chocolate con churros mientras yo doy cuenta de mi gin tonic de media tarde. Hoy me siento especialmente legitimado para beber porque Ana María Matute, al recibir el Cervantes, ha cantado las virtudes del gin tonic frente a las lacras del güisqui (demasiado «barroco» para su gusto). «La ginebra, ha añadido, es lúcida». Me identifico con Ana María. El segundo sorbo me ha «colocado», de modo que me pongo a escuchar sin problemas la conversación de las dos mujeres, a ver qué saco.
—Tú, cuando haces pis por las noches, ¿enciendes la luz del cuarto de baño? —pregunta una.
—A veces sí y a veces no —responde la otra.
—Eso no es una respuesta —añade la una deteniendo un churro en el aire.
—¿Quieres decir que son dos respuestas?
—Quiero decir que mientes porque o enciendes o no enciendes la luz. Los seres humanos somos animales de costumbres y hacemos siempre lo mismo.
—Está bien, no la enciendo.
—¿Lo haces todo a oscuras?
—Sí, ¿qué pasa?
—¿No tienes miedo de que salga una mano de detrás de la cortina de la ducha y te coja por el cuello?
—¿Qué clase de mano?
—La de una mujer muerta, por ejemplo.
No se me había ocurrido, francamente. La conversación, que a primera vista puede parecer banal, sobre todo a palo seco (sin gin tonic o sin chocolate sin churros), me hace reflexionar. Yo siempre enciendo la luz del baño cuando me levanto a hacer pis por las noches, y justamente por lo que dice una de las mujeres de la mesa de al lado (la más sensata, sin duda), porque de otro modo podría salir de detrás de la cortina de la ducha la mano de un cadáver.
—¿Y si nos tomamos un chupito para bajar el chocolate? —dice entonces la mujer que hace pis en la oscuridad.
—Vale —dice la que lo hace con la luz encendida—, pero de pacharán, que aquí tienen uno muy bueno.
A fin de mantenerme lúcido, pido otro gin tonic.
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