POCAS BROMAS
Nunca me pareció normal tener deudas, de ahí la extrañeza que me causa la expresión «capacidad de deuda». Hasta hace poco, el banco calculaba gratis tu «capacidad de deuda» y luego te endosaba un crédito que más tarde se convertiría en una soga al cuello. Nuestra «capacidad de deuda» es la que nos ha conducido en parte a la situación actual. Se entendía por deuda una cantidad de dinero que no poseías pero que estabas en disposición de ganar. Naturalmente, cuando se realizaban esos cálculos, jamás se pensaba en el factor azar. Curioso, si consideramos que es el azar el que controla nuestras vidas. Todavía hoy, cuando entro en la página web de mi banco para realizar un movimiento, aparece un anuncio que reza: «Señor Millás, ¿necesita 2.000 euros?». A continuación me dice lo fácil que me resultaría conseguirlos. Pues claro que los necesito, amigo, siempre hay algún agujero que tapar, pero hemos hecho este agujero grande a base de tapar agujeros pequeños.
Lo cierto es que debemos una fortuna, individualmente y como país. No me pregunten a quién se la debemos, porque el asunto está cada día más embrollado. Uno cree que contrae su deuda con el banco de la esquina de toda la vida, y resulta que el banco se la ha vendido a un señor de Hong Kong que si no le pagas rápido te rompe las piernas. De hecho, estamos rodeados de países con las piernas rotas. Ahí tienen a Grecia, a Irlanda, a Portugal… A nosotros, de momento, sólo nos han quebrado los tobillos. A ver si hay suerte y no continúan subiendo. El modelo es del hampa. Usted le pide 1.000 euros a su cuñado para apostar en las carreras (le han dado un chivatazo), y cuando el chivatazo falla resulta que su cuñado ha vendido la deuda a un hampón con el que pocas bromas.
Pocas bromas, en fin. De un modo u otro saldaremos la deuda adquirida en los tiempos en los que gozábamos de una «capacidad de deuda» ilimitada. Y la pagaremos individualmente y como país. Quiere decirse que pagarán justos por pecadores. En otras palabras, romperán muchas piernas de gente que jamás pidió un préstamo.
Nunca me pareció normal tener deudas, de ahí la extrañeza que me causa la expresión «capacidad de deuda». Hasta hace poco, el banco calculaba gratis tu «capacidad de deuda» y luego te endosaba un crédito que más tarde se convertiría en una soga al cuello. Nuestra «capacidad de deuda» es la que nos ha conducido en parte a la situación actual. Se entendía por deuda una cantidad de dinero que no poseías pero que estabas en disposición de ganar. Naturalmente, cuando se realizaban esos cálculos, jamás se pensaba en el factor azar. Curioso, si consideramos que es el azar el que controla nuestras vidas. Todavía hoy, cuando entro en la página web de mi banco para realizar un movimiento, aparece un anuncio que reza: «Señor Millás, ¿necesita 2.000 euros?». A continuación me dice lo fácil que me resultaría conseguirlos. Pues claro que los necesito, amigo, siempre hay algún agujero que tapar, pero hemos hecho este agujero grande a base de tapar agujeros pequeños.
Lo cierto es que debemos una fortuna, individualmente y como país. No me pregunten a quién se la debemos, porque el asunto está cada día más embrollado. Uno cree que contrae su deuda con el banco de la esquina de toda la vida, y resulta que el banco se la ha vendido a un señor de Hong Kong que si no le pagas rápido te rompe las piernas. De hecho, estamos rodeados de países con las piernas rotas. Ahí tienen a Grecia, a Irlanda, a Portugal… A nosotros, de momento, sólo nos han quebrado los tobillos. A ver si hay suerte y no continúan subiendo. El modelo es del hampa. Usted le pide 1.000 euros a su cuñado para apostar en las carreras (le han dado un chivatazo), y cuando el chivatazo falla resulta que su cuñado ha vendido la deuda a un hampón con el que pocas bromas.
Pocas bromas, en fin. De un modo u otro saldaremos la deuda adquirida en los tiempos en los que gozábamos de una «capacidad de deuda» ilimitada. Y la pagaremos individualmente y como país. Quiere decirse que pagarán justos por pecadores. En otras palabras, romperán muchas piernas de gente que jamás pidió un préstamo.
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