UN CHICO RARO
En la mesa de al lado, un joven de pelo largo le decía a una joven de pelo corto que si él fuera millonario se compraría un coche fúnebre y contrataría de chófer a un conductor del tanatorio.
-¿Un coche de fúnebre? -preguntaba, incrédula, la chica.
-Sí, un Mercedes o un BMW, pero de muertos.
-A lo mejor está prohibido circular con ese tipo de vehículos.
-No veo por qué. Se trata de recordar que, aunque te vayan bien las cosas, eres tan mortal como el resto.
La chica se quedó pensativa, como si evaluara la conveniencia de salir con aquel chico. El camarero me trajo el gin tonic preparado, lo que me revienta. Prefiero que vierta la ginebra delante de mí, para comprobar la cantidad y la marca.
-¿Y tú y yo iríamos al cine en el coche fúnebre? –preguntó al fin la chica, restableciendo la comunicación.
-Si eres tan burguesa que no puedes ir en un coche de muertos…
-No tiene nada que ver con ser burguesa o no, me parece que es una cuestión de gusto.
-¿Quieres decir que tengo mal gusto?
-Quiero decir que estás un poco loco. O te lo haces.
El gin tonic, misteriosamente, comenzó a saberme a cadaverina, así que lo dejé y pedí un güiski que sabía a madera, a madera de féretro. Me había amargado la tarde el crío, pero me quedé allí, para ver en qué acababa la cosa.
-Mira, Pedro, yo te quiero mucho -dijo la chica-, pero me fastidia que te pases el día inventando cosas raras. Además, tú nunca vas a ser millonario.
-¿Por qué dices eso?
-Porque estudias Historia del Arte.
El chico se hundió en un silencio hosco del que salió para decir:
-Vamos a tomar una copa al bar del tanatorio.
-Al bar del tanatorio vas con tu madre –replicó la chica levantándose y dejándolo plantado.
El muchacho me miró con desconsuelo y le invité a sentarse a mi mesa. Podría haber sido mi hijo.
En la mesa de al lado, un joven de pelo largo le decía a una joven de pelo corto que si él fuera millonario se compraría un coche fúnebre y contrataría de chófer a un conductor del tanatorio.
-¿Un coche de fúnebre? -preguntaba, incrédula, la chica.
-Sí, un Mercedes o un BMW, pero de muertos.
-A lo mejor está prohibido circular con ese tipo de vehículos.
-No veo por qué. Se trata de recordar que, aunque te vayan bien las cosas, eres tan mortal como el resto.
La chica se quedó pensativa, como si evaluara la conveniencia de salir con aquel chico. El camarero me trajo el gin tonic preparado, lo que me revienta. Prefiero que vierta la ginebra delante de mí, para comprobar la cantidad y la marca.
-¿Y tú y yo iríamos al cine en el coche fúnebre? –preguntó al fin la chica, restableciendo la comunicación.
-Si eres tan burguesa que no puedes ir en un coche de muertos…
-No tiene nada que ver con ser burguesa o no, me parece que es una cuestión de gusto.
-¿Quieres decir que tengo mal gusto?
-Quiero decir que estás un poco loco. O te lo haces.
El gin tonic, misteriosamente, comenzó a saberme a cadaverina, así que lo dejé y pedí un güiski que sabía a madera, a madera de féretro. Me había amargado la tarde el crío, pero me quedé allí, para ver en qué acababa la cosa.
-Mira, Pedro, yo te quiero mucho -dijo la chica-, pero me fastidia que te pases el día inventando cosas raras. Además, tú nunca vas a ser millonario.
-¿Por qué dices eso?
-Porque estudias Historia del Arte.
El chico se hundió en un silencio hosco del que salió para decir:
-Vamos a tomar una copa al bar del tanatorio.
-Al bar del tanatorio vas con tu madre –replicó la chica levantándose y dejándolo plantado.
El muchacho me miró con desconsuelo y le invité a sentarse a mi mesa. Podría haber sido mi hijo.
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