DEUDAS
Yo debo de ser medio ecuatoriano porque también estaba convencido de que cuando pedimos un préstamo al banco, respondemos de él con el bien hipotecado. Creía, pues, que lo peor que podía ocurrirme si dejaba de abonar la deuda era perder el piso, que no es moco de pavo. Y resulta que no, resulta que si por azares de la vida o de la burbuja económica que te haya tocado no puedes hacer frente al compromiso adquirido, el prestamista te arrebata el inmueble, lo saca a subasta frente a un grupo de facinerosos que se ponen de acuerdo en pujar por mucho menos de lo que vale, y luego te reclama la diferencia entre lo obtenido y lo que te quedaba por pagar. Quiere decirse que además de dejarte en la calle te roban la camisa. Ahora mismo, cientos o miles de ecuatorianos, a los que los bancos persiguieron para regalarles créditos llenos de letra pequeña, se han quedado sin casa, adquiriendo a cambio una deuda inhumana. Los acreedores envían emisarios a sus pueblos para arrebatarles hasta sus pobres propiedades de ultramar. Cuando las entidades financieras han tenido dificultades, también los impuestos de los ecuatorianos han servido para sacarlas a flote. Cuando las tienen ellos, los señores de las carteras negras acuden a picotear como buitres en sus vísceras. Los españoles estamos convencidos de que no somos ecuatorianos, como si no supiéramos por experiencia que hay días en los que uno se levanta español y días en los que se amanece sueco. De hecho, llevábamos varios años viviendo como suecos y de repente hemos devenido en unos PIGS de mierda. Lo de los ecuatorianos, pues, debería advertirnos (primero vinieron a por los ecuatorianos, pero yo no era ecuatoriano).
Esperamos que a los bancos no se les ocurra contratar a Alicia Sánchez Camacho como señora del frac. Bastante la han sufrido ya los rumanos...
Yo debo de ser medio ecuatoriano porque también estaba convencido de que cuando pedimos un préstamo al banco, respondemos de él con el bien hipotecado. Creía, pues, que lo peor que podía ocurrirme si dejaba de abonar la deuda era perder el piso, que no es moco de pavo. Y resulta que no, resulta que si por azares de la vida o de la burbuja económica que te haya tocado no puedes hacer frente al compromiso adquirido, el prestamista te arrebata el inmueble, lo saca a subasta frente a un grupo de facinerosos que se ponen de acuerdo en pujar por mucho menos de lo que vale, y luego te reclama la diferencia entre lo obtenido y lo que te quedaba por pagar. Quiere decirse que además de dejarte en la calle te roban la camisa. Ahora mismo, cientos o miles de ecuatorianos, a los que los bancos persiguieron para regalarles créditos llenos de letra pequeña, se han quedado sin casa, adquiriendo a cambio una deuda inhumana. Los acreedores envían emisarios a sus pueblos para arrebatarles hasta sus pobres propiedades de ultramar. Cuando las entidades financieras han tenido dificultades, también los impuestos de los ecuatorianos han servido para sacarlas a flote. Cuando las tienen ellos, los señores de las carteras negras acuden a picotear como buitres en sus vísceras. Los españoles estamos convencidos de que no somos ecuatorianos, como si no supiéramos por experiencia que hay días en los que uno se levanta español y días en los que se amanece sueco. De hecho, llevábamos varios años viviendo como suecos y de repente hemos devenido en unos PIGS de mierda. Lo de los ecuatorianos, pues, debería advertirnos (primero vinieron a por los ecuatorianos, pero yo no era ecuatoriano).
Esperamos que a los bancos no se les ocurra contratar a Alicia Sánchez Camacho como señora del frac. Bastante la han sufrido ya los rumanos...
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