SOLIDARIDAD EN ATAPUERCA
Alberto Fernández Díaz, dirigente del PP en Cataluña, abundó hace poco en la idea de que los inmigrantes abusan de la sanidad pública en perjuicio de los nacionales. Su afirmación fue desmentida con datos, que viene a ser lo mismo que desmentir con datos una superstición. Alberto Fernández Díaz no trataba de informar, sino de asustar a la gente acerca de los peligros que trae consigo el extranjero. El que viene de fuera, en todas las sociedades primitivas, es estigmatizado, siendo obligado a la práctica de ritos purificadores que suelen llevar a cabo los chamanes. En unos sitios se les desproveía de sus ropas, arrojándolas al fuego; en otros, se prohibía a las mujeres y a los niños acercarse al forastero, para evitar el contagio de los males que traía de afuera; en otros, los bañan en aguas supuestamente bendecidas por los sacerdotes de la tribu…
Quiere decirse que cuando Alberto Fernández Díaz mintió, a sabiendas, acerca de los inmigrantes y los servicios públicos, no estaba actuando como un político, sino como un brujo. Y en su calidad de brujo señalaba a la población qué ritos deberían cumplir los extranjeros para ser aceptados entre nosotros. Los ritos actuales son todos de orden burocrático (padrones, pasaportes, fichas policiales, pólizas, etc.), lo que no mitiga un ápice su carácter mágico. La población autóctona se tranquiliza al ver pasar por esas penalidades al forastero. Lo de Alberto Fernández Díaz no es, pues, populismo, sino magia. En esta tarea de regreso a las cavernas cumple una función fundamental la sacerdotisa Alicia Sánchez-Camacho, que entra en trance cuando se tropieza con un inmigrante rumano. Los tabúes relacionados con el extranjero, con el otro, con el inmigrante, en fin, han dado mucho trabajo a los antropólogos a lo largo de la historia. De manera que lo que necesitamos ahora para comprender las propuestas del PP en materia de inmigración no son expertos en política, sino estudiosos de la naturaleza humana, capaces de analizar este resurgimiento del primitivismo en las sociedades contemporáneas. Acabamos de averiguar que los habitantes de Atapuerca eran solidarios. Queremos saber por qué somos xenófobos.
Alberto Fernández Díaz, dirigente del PP en Cataluña, abundó hace poco en la idea de que los inmigrantes abusan de la sanidad pública en perjuicio de los nacionales. Su afirmación fue desmentida con datos, que viene a ser lo mismo que desmentir con datos una superstición. Alberto Fernández Díaz no trataba de informar, sino de asustar a la gente acerca de los peligros que trae consigo el extranjero. El que viene de fuera, en todas las sociedades primitivas, es estigmatizado, siendo obligado a la práctica de ritos purificadores que suelen llevar a cabo los chamanes. En unos sitios se les desproveía de sus ropas, arrojándolas al fuego; en otros, se prohibía a las mujeres y a los niños acercarse al forastero, para evitar el contagio de los males que traía de afuera; en otros, los bañan en aguas supuestamente bendecidas por los sacerdotes de la tribu…
Quiere decirse que cuando Alberto Fernández Díaz mintió, a sabiendas, acerca de los inmigrantes y los servicios públicos, no estaba actuando como un político, sino como un brujo. Y en su calidad de brujo señalaba a la población qué ritos deberían cumplir los extranjeros para ser aceptados entre nosotros. Los ritos actuales son todos de orden burocrático (padrones, pasaportes, fichas policiales, pólizas, etc.), lo que no mitiga un ápice su carácter mágico. La población autóctona se tranquiliza al ver pasar por esas penalidades al forastero. Lo de Alberto Fernández Díaz no es, pues, populismo, sino magia. En esta tarea de regreso a las cavernas cumple una función fundamental la sacerdotisa Alicia Sánchez-Camacho, que entra en trance cuando se tropieza con un inmigrante rumano. Los tabúes relacionados con el extranjero, con el otro, con el inmigrante, en fin, han dado mucho trabajo a los antropólogos a lo largo de la historia. De manera que lo que necesitamos ahora para comprender las propuestas del PP en materia de inmigración no son expertos en política, sino estudiosos de la naturaleza humana, capaces de analizar este resurgimiento del primitivismo en las sociedades contemporáneas. Acabamos de averiguar que los habitantes de Atapuerca eran solidarios. Queremos saber por qué somos xenófobos.
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