TRANQUIMAZÍN AL CANTO
Que un controlador aéreo se dé de baja por ansiedad es lo mismo que si un tenista se da de baja por manco. La cuestión es que jamás se deberían haber dado de alta. Hay oficios para los que se requieren determinadas condiciones.
Un ciego, hoy por hoy, no puede ser conductor de autobuses (no sé si del metro). Una persona vulnerable al estrés, a la ansiedad o a la depresión no debería pasar el examen de controlador aéreo. Vale que se les escape un tipo depresivo que ha disimulado su mal en el examen de ingreso. Pero es que estamos hablando de un ejército de gente con problemas psicológicos.
Resulta que un tercio de la plantilla de controladores está de los nervios, son gente desquiciada, se rompe por un quítame allá esas pajas. Habría que ponerse en contacto ya mismo con la empresa que realizó esa selección de personal y pedirles cuentas.
Para depresivo, un servidor de ustedes. El viernes pasado, a las tres horas de esperar inútilmente que saliera mi avión, me vine abajo, me quebré, me dio un ataque. ¡No puedo más!, grité. La persona que venía conmigo me administró un Trankimazín y me acompañó al bar, donde pedí un gin tonic (el de media tarde, aunque ya era de noche). Una vez que me hicieron efecto las dos cosas, me pregunté si sería capaz de aceptar mejor estos retrasos a cambio de un buen salario. Imaginé que me pagaban el sueldo medio de un controlador a cambio de soportar con una sonrisa estos retrasos que me matan. Y deduje que no, que ni por ésas. Soy muy frágil, tengo poco espíritu, lo que ustedes quieran, pero cuando el avión no sale a su hora me entra un odio irrefrenable contra todo lo que se mueve.
Sin embargo, gracias al Trankimazín y al gin tonic no dije esta boca es mía. Tampoco el resto de los pasajeros, que aguantaron a pie firme las tres horas de retraso. Y eso que no éramos gente especial, como los controladores, a los que se les exige nervios de acero porque se trata de una profesión muy dura. Pues mire usted: tal como están las cosas en el sector aéreo, más dura es la profesión de pasajero. Y no nos damos de baja en masa. De modo que tómense ustedes un Trankimazín (mejor con un gin tonic) y a trabajar. Peor no lo pueden hacer. Gracias.
Que un controlador aéreo se dé de baja por ansiedad es lo mismo que si un tenista se da de baja por manco. La cuestión es que jamás se deberían haber dado de alta. Hay oficios para los que se requieren determinadas condiciones.
Un ciego, hoy por hoy, no puede ser conductor de autobuses (no sé si del metro). Una persona vulnerable al estrés, a la ansiedad o a la depresión no debería pasar el examen de controlador aéreo. Vale que se les escape un tipo depresivo que ha disimulado su mal en el examen de ingreso. Pero es que estamos hablando de un ejército de gente con problemas psicológicos.
Resulta que un tercio de la plantilla de controladores está de los nervios, son gente desquiciada, se rompe por un quítame allá esas pajas. Habría que ponerse en contacto ya mismo con la empresa que realizó esa selección de personal y pedirles cuentas.
Para depresivo, un servidor de ustedes. El viernes pasado, a las tres horas de esperar inútilmente que saliera mi avión, me vine abajo, me quebré, me dio un ataque. ¡No puedo más!, grité. La persona que venía conmigo me administró un Trankimazín y me acompañó al bar, donde pedí un gin tonic (el de media tarde, aunque ya era de noche). Una vez que me hicieron efecto las dos cosas, me pregunté si sería capaz de aceptar mejor estos retrasos a cambio de un buen salario. Imaginé que me pagaban el sueldo medio de un controlador a cambio de soportar con una sonrisa estos retrasos que me matan. Y deduje que no, que ni por ésas. Soy muy frágil, tengo poco espíritu, lo que ustedes quieran, pero cuando el avión no sale a su hora me entra un odio irrefrenable contra todo lo que se mueve.
Sin embargo, gracias al Trankimazín y al gin tonic no dije esta boca es mía. Tampoco el resto de los pasajeros, que aguantaron a pie firme las tres horas de retraso. Y eso que no éramos gente especial, como los controladores, a los que se les exige nervios de acero porque se trata de una profesión muy dura. Pues mire usted: tal como están las cosas en el sector aéreo, más dura es la profesión de pasajero. Y no nos damos de baja en masa. De modo que tómense ustedes un Trankimazín (mejor con un gin tonic) y a trabajar. Peor no lo pueden hacer. Gracias.
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