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dissabte, 11 de desembre del 2010

¡Viva lo insignificante!

¡VIVA LO INSIGNIFICANTE!

Lo grande y lo pequeño han convivido sin problemas durante siglos. Había tanto espacio para las dos categorías que a veces lo pequeño (David) le quebraba la crisma a lo grande (Goliat). Una versión de lo pequeño muy querida hasta hace poco era lo marginal, que convivía también con lo central sin grandes problemas, influyéndose mutuamente. Ahora mismo, en cambio, tiene uno la impresión de que sólo hay espacio para lo grande, para lo central. Twitter o Facebook triunfan por grandes y no por sus virtudes intrínsecas, que las tienen. Este avance de lo cuantitativo constituye uno de los efectos más devastadores de la globalización. Lo pequeño se identifica en nuestros días con lo accesorio y, por lo tanto, con lo prescindible. Y de lo prescindible se prescinde porque hay que ahorrar.

Si podemos quitarnos de encima la tilde de un adverbio, nos la quitamos sin remordimientos. Quizá no sea grave, pero es un síntoma. Gran parte de los textos aparecidos en las versiones digitales de los periódicos están "traducidos" de la versión analógica por un robot (un robot grande, se entiende). Este robot, al carecer de la sensibilidad del antiguo (y pequeño) corrector humano escribe de manera desaliñada, suprimiendo signos de puntuación esenciales desde el punto de vista de la calidad. No importa. Las visitas a estas versiones digitales se cuentan por millones, con independencia de su limpieza ortográfica. Nadie protesta ya por ello. Hace unos años, la principal seña de identidad de una publicación era estar bien escrita. Con estos criterios que sólo tienen en cuenta la cantidad, quizá no sobrevivan el cine minoritario ni la literatura de culto ni la televisión de calidad, por no hablar del bacalao al pilpil.

Quizá deberíamos rebelarnos, siquiera un poco, contra esa dictadura de lo grande. Tal vez deberíamos estimular las vocaciones relacionadas con lo pequeño. De la tensión entre el margen y el centro nace la clase media artística, absolutamente esencial para el mantenimiento del sistema. Si lo grande no se deja fecundar por lo pequeño, y viceversa, la vida se convierte en un engrudo insípido, asfixiante, embrutecedor. En fin, que a ver si somos capaces de regalar algo insignificante estas navidades.

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