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diumenge, 26 de desembre del 2010

A excepción de una Barbie

A EXCEPCIÓN DE UNA BARBIE

Ignoro cuándo empezaron a proliferar las tiendas de cosas inútiles, pero quizá surgieron como una reacción pendular al dominio anterior de las tiendas de cosas útiles. Si tuviera que dividir mi vida en dos partes, la primera de ellas pertenecería a aquella en la que no poseía nada susceptible de no ser utilizado y, la segunda, a aquella otra en la que la que la mayor parte de mis pertenencias no sirven para nada. Tengo hasta una Barbie que me regalaron en un programa de televisión en la creencia de que las coleccionaba (un malentendido largo de explicar). Por cierto, que se trata de una Barbie de colección a la que no me atrevo a sacar de la caja porque parte de su valor reside en eso, en que jamás ha tomado el aire. De vez en cuando, la abro y me extasío ante la belleza de sus pestañas, la calidad de su melena, la turgencia de sus labios rojos (rojísimos), la delicadeza de sus senos, la longitud de sus piernas, etcétera. No es broma, tendrían ustedes que verla para comprender mi entusiasmo (a todas luces patológico). Lo más curioso de todo es que no tiene sexo. ¿Puede haber belleza sin sexo? He ahí la gran pregunta. Lo evidente es que hay sexo sin belleza.

Gran parte de los objetos que nos rodean evocan, precisamente, y por su fealdad, el sexo sin belleza. Debido a la crisis galopante con la que ha coincidido esta navidad, no sería raro que nos dedicáramos a regalar detalles. Los detalles salen baratos, pero son una peste. Equivalen, créanme, al sexo sin amor, o sea, a la genitalidad pura y dura. Cuídense de esos regalos que matan el espíritu. Y lo matan porque son cosas a secas, es decir, su tráfico convierte tanto al que obsequia como a la persona obsequiada, en meros objetos, en bultos sin alma. Regalen ustedes artefactos que, aunque baratos, se resistan a ser cosificados. Pongamos una buena serie de televisión. Pongamos un buen libro (incluso en edición de bolsillo). Pongamos un buen disco… Utilicemos, en fin, la crisis para personificarnos, para invertir el proceso cosificador en el que habíamos caído. Personalmente, preferiría que me regalaran una docena de huevos de granja a una cosa (excepto si se trata de una Barbie).

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