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divendres, 20 de juny del 2008

La conciencia

LA CONCIENCIA

Dos chicas, en la mesa de al lado, hablaban del monstruo de Astetten, ese individuo de 73 años que guardaba en el sótano, con fines meramente utilitarios, a una hija de la que tuvo varios críos que resultaron ser hijos y nietos de forma simultánea. Las chicas, de unos quince años, tomaban cada una un batido de distinto color. Una iba en camiseta y vaqueros y la otra de uniforme: blusa blanca, jersey azul de pico y falda gris de tablas. La de la camiseta confesó a su amiga que tenía dentro de sí un sótano con un esclavo.

-¿Cómo es eso? -preguntó la de uniforme.

- Todos vivimos en la cabeza, ¿no?

- No sé, si tú lo dices.

- Pues yo imagino que en mi cabeza, donde paso la mayor parte del día, hay una escalera de caracol que desciende por mi cuerpo hasta la conciencia, que está por aquí abajo. Bien, al llegar a la conciencia abro una trampilla imaginaria y bajo a un sótano lleno de medidas de seguridad donde tengo encerrado a un chico de 28 años que conozco del autobús.

- ¿Y desde cuándo lo tienes ahí?

- Desde hace tres o cuatro años ya. Lo he convertido en mi esclavo. Hace todo lo que le pido.

- ¿Y qué le pides?

- Eso es un secreto. El caso es que desde que salió en los periódicos lo del monstruo de Astetten me da mal rollo bajar al sótano.

- Pues deja abierta la puerta de la conciencia y que se escape.

- No me apetece que se escape. Me ha costado mucho obligarle a cumplir mis deseos. Además, no creo que a estas alturas quisiera escapar. Tiene el síndrome de Estocolmo y se ha enamorado de mí locamente.

- Pues yo voy a pedir otro batido.

- Yo también, ahora de fresa, por cambiar de color.

Una chica que elegía los batidos por el color, pensé, no podía ser mala, aunque tuviera un esclavo en la conciencia. La gente guarda cosas increíbles en la conciencia. Por mi parte, no me habría importado que aquella cría me tuviera en la suya.

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